ES EL MOMENTO

“Sólo cuando baja la marea se sabe quién estaba nadando en pelotas”

Warren Buffet – CEO Berkshire Hathaway

 

En 1982 estudiaba yo en Estados Unidos cuando el PSOE ganó las elecciones. Sacaron 202 diputados. Mi padre me mandaba cartas con recortes de periódicos, que más o menos me tenían al día. Me llamó mucho la atención una frase de Alfonso Guerra: “Se ha consolidado la democracia”. Es normal que lo dijera. Al cabo de una dictadura de casi 40 años y finalizados los primeros siete tras la muerte de Franco, dimos nuestra confianza a un partido socialdemócrata. Era la prueba, según él, de la madurez de un pueblo que quería el progreso.

Y lo tuvimos, durante 14 años. Pero los escándalos de corrupción (Filesa, Malesa, Time Export, la Expo 92…), el paro al 23%, las sospechas de terrorismo de Estado con los casos GAL, el ministro Barrionuevo y su lugarteniente Vera encarcelados… era tal vez el momento para un cambio.

Y el cambio vino de la mano de José María Aznar, con una pírrica victoria en 1996, que Felipe González denominó la “dulce derrota”. Le quedaba mucho trabajo a Aznar, con el reto europeo en forma de tratado de Maastricht por cumplir, y una economía que daba síntomas de agotamiento.

Lo cierto es que lo hizo bien, hasta el punto de ganar con mayoría absoluta en 2000. Sus palabras, curiosamente, fueron las mismas que las de Guerra: “Se ha consolidado la democracia”. Explicaba, más o menos, que por fin se nos había caído la roncha del franquismo, mediante el voto a un partido liberal de forma claramente mayoritaria.

Lo curioso del asunto es que Felipe González pasó a la historia como el dirigente que modernizó España, siendo socialdemócrata, pero haciendo mucha política de liberal: Reconversión industrial, reforma fiscal, privatización de empresas públicas, etc.

Del mismo modo, Aznar pasó a la historia (antes de poner las patas sobre la mesa y hablar con acento tejano, desoyendo a su pueblo por la guerra de Irak, donde la cagó del todo) como un dirigente liberal que propició el crecimiento, curiosamente actuando como un político de izquierdas: llegando a acuerdos con nacionalistas, sentando a la misma mesa a sindicatos y empresarios, cerrando acuerdos de carácter económico y social por consenso, y cosas así.

Luego vino Zapatero. Volvió la alternancia, y todo el mundo estaba tranquilo, ya que conocíamos eso de la socialdemocracia. Sabíamos lo que era. No nos imaginábamos que este hombre tendría tan poca visión económica, hasta el punto de echar a Jordi Sevilla, el mayor cerebro económico del PSOE, y desoír a Solbes, que acabó largándose aburrido.

La consecuencia fue Rajoy, su mayoría absoluta y sus cuatro años de reformas inmisericordes.

Vale.

Está claro que la democracia se ha consolidado, porque se ha consolidado la alternancia, pero si se fijan, en todos estos periodos han gobernado o la izquierda o la derecha. De forma alternativa, con sus matices, con sus incongruencias. Con sus alianzas con nacionalistas de ideología incierta, porque, como dice mi compadre Carlos Gonzalez Hernandez, el nacionalismo no es una ideología, sino un sentimiento.

Pero, de un modo u otro, ha habido alternancia.

Ahora tenemos una situación totalmente distinta a las que estamos acostumbrados a vivir en nuestra aún bisoña democracia: la práctica imposibilidad de que un bando o el otro gobiernen. Es muy difícil. Seguramente el coste sería muy alto, creo yo… creemos muchos.

Tal vez sea el momento de plantearnos que no es imprescindible que gobierne un bando o el otro. Tal vez sea el momento de plantearnos que es posible, sólo posible, que los dos bandos se sienten a la misma mesa, para poner sobre ésta aquello que es prioritario. Y aquello que no lo es.

Estoy convencido de que ese día, justo ese día, podríamos afirmar que, por fin, ha terminado la Guerra civil.

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