¿MERITOCRACIA? Por supuesto…
Se ha puesto de moda hablar de que quienes triunfan no tienen mérito alguno, y que la ira de los que no lo hacen es justa. Así, en general. Al menos esa es la conclusión que se desprende tras leer el artículo en un diario de gran tirada acerca del libro del afamado filósofo Michael J. Sandel que, en palabras del propio editor, desmonta la retórica del ascenso social. Leo hoy en otro diario, también de gran tirada, un artículo en el que se afirma que el mundo no es como creemos, y que hay todo un entramado político y social para que los poderosos sigan siéndolo.
“El mundo no es como crees”, afirma dicho diario.
Más allá de las palabras, parece que ahora los tiros van por desmerecer a quienes se encuentran en lo alto de la escala social o que, habiendo nacido ya en la parte alta, se mantienen, como expresión de que la indignación de aquellos que no están ahí es justa, porque los que están arriba en realidad no lo están por méritos propios.
Esto que dice el mencionado filósofo lo hemos asumido como algo propio, hasta tal punto es admirado el hombre que ha sido galardonado con el premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales en 2018.
Sin desmerecer su obra, Dios me libre, creo que conviene aplicar un poco de perspectiva. Él es americano.
¿Y qué tiene eso que ver?
Pues verán, hay un índice (GINI) que mide la desigualdad en los diversos países del planeta. Cuanto más cerca de 0 está el índice, menos desigualdad. Cuanto más cerca de 1, más desigualdad. El país más desigual del planeta es Sudáfrica, con 0,63. El menos, Ucrania, con 0,25.
Para que se hagan una idea, Finlandia o Noruega, paradigmas de la igualdad, tienen 0,27. España tiene 0,36.
Bien, pues Estados Unidos tiene 0,42, al mismo nivel que países como Kenia o Djibouti. Con la diferencia de que hablamos de la primera potencia del planeta.
Sin embargo, aquí da la impresión de que compramos el discurso condenatorio de la meritocracia, sin considerar que en nuestro país más de el 60% del presupuesto nacional va a gasto social (da igual quien gobierne), y en el que tenemos sanidad y educación pública, por ejemplo. Y desmerecemos a quienes están en la escala social más arriba, alegando que sus logros son injustos, cuando, si hablamos de aportaciones, cualquier empleador paga más del treinta por ciento del sueldo de los trabajadores en cotizaciones sociales, sin ir más lejos. Una forma de redistribuir la riqueza que no existe en otros países, a mi juicio.
La meritocracia no consiste solamente en tener una pericia determinada, sino en trabajar para lograr aplicarla. Mucho talento se desperdicia por falta de trabajo y sacrificio. Es cierto que la concentración, la globalización, las multinacionales han traído más desigualdad al planeta que nunca.
Pero también es igual de cierto que la igualdad se logra con redistribución de la riqueza que, normalmente, generan personas que aplican a su capacidad y pericia una dosis considerable de esfuerzo, riesgo, tiempo y sacrificio. En eso, entiendo yo, consiste la meritocracia.
Culpar a la meritocracia de las desigualdades no privará a los poderosos de serlo. Sí evitará que quienes tengan capacidad para crear cosas lo hagan.
Y si no, al tiempo.
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