THE BRADY BUNCH
Una mañana asfixiante de algún día de agosto de 1982…
Mi defensa estaba preparada, alineada con todo el equipo contrario frente a ella al otro lado de la línea de scrimmage. En el centro, mi center esperaba mi señal, flanqueado por dos half backs. Doy la señal y la bola ovalada vuela hacia mí extrañamente despacio. Algo corta de distancia también. Tengo que agacharme para cogerla, luego me centro y me preparo para dar los dos pasos y la patada que la aleje hacia la otra punta del campo.
No me da tiempo.
Mi línea defensiva se ha abierto a propósito, dejando pasar al equipo defensivo en tromba, que viene como una exhalación. Su capitán, Kevin Vondemkamp, se abalanza sobre mí y me placa con un golpe que aún recuerdo. Una vez en el suelo, todo el equipo defensivo salta sobre nosotros dos y quedo sepultado bajo una montaña de tipos descojonados. Me dolían tantas cosas que no me dolía nada. Sobre mí, cascos, guantes, protecciones… y risas. Uno a uno fueron desescombrándose hasta que finalmente Kevin, con la sonrisa instalada en su rostro, me da la mano para ayudarme a levantarme. Mientras lo hacía pude escuchar al entrenador decir algo así como “welcome to football, son…”.
La novatada se había consumado con el europeo pardillo, y seguro que más de uno que esté leyendo esto estará de nuevo partido de la risa. Thad Wellshear, el propio Kevin Vondemkamp, tal vez Mike McElhinney…
Como es natural, no fui seleccionado para el equipo, jajaja. Alcancé leña por todas partes, pero a pesar de que se me da bien los deportes en general, en aquel momento no entendí la esencia del fútbol americano, que es mucho más que fuerza y risas.
El año pasado, un tal Mahomes, de 25 años, dio la vuelta al partido más importante del año, la Superbowl. Haciendo gala de un aplomo impropio para su edad, ejerció su puesto de director de escena a la perfección, doblegando a los legendarios 49ners de San Francisco, dando la Superbowl a los Chiefs de Kansas City tras 50 años de sequía.
Este año los Chiefs llegaron otra vez a la Superbowl, pero tenía enfrente a Tom Brady y su tribu. 43 años, 6 Superbowls ganadas a sus espaldas y un reto. Ganar la séptima
No dio la ocasión a los Chiefs a hacer ni un touchdown. Les dieron un repaso tremendo, anotando más de 30 puntos y dejando por debajo de 10 a los rivales.
Lo más llamativo del asunto, motivo por el cual les estoy contando esta historia que ustedes dirán a qué viene, es que el veterano quaterback había conseguido sus primeras tres Superbowl entre los 24 y los 27 años. Las otras cuatro las ganó tras cumplir los 37. Toda una declaración de principios, en la que me reafirmo en lo dicho. A pesar de que es un deporte con tipos altos como edificios, rápidos como gacelas y fuertes como rinocerontes, el fútbol americano es esencialmente un deporte de estrategia. Los huecos están medidos al milímetro, las defensas son inclementes, la pugna es brutal. Sólo mediante la aplicación de una dosis importante de cerebro y sangre fría es posible llevarse a casa el preciado galardón.
El fútbol americano es bastante parecido a la vida, a nuestro día a día.
El órgano más valioso siempre es el cerebro.
La tribu de Brady así lo demostró anoche.
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