HABLADURÍAS

Oído en un mercado, una señora hablando con la que le vendía el queso.

–¿Dicen que el presidente tiene una querida en La Palma?

–¿Qué dices, muchacha?

–Siete veces ha venido ya pacá…

–Oh, pues cosas tendrá que hacer…

–…

Las cosas de la gente. Qué lejos están las habladurías de la realidad, que sólo unos pocos elegidos conocemos.

Evoco esos momentos tensos vividos en diversos frentes. Aprobar presupuestos, mantener la pandemia a raya, dar un variscacillo a Ayuso cada cierto tiempo, meterse en la cama con Casado para renovar esto o aquello, fuera de cámaras, como dos chiquillos que hacen una ruindad, cambiar de asesores que lo guíen por el buen camino electoral, agradar a quienes no se agradan con nada, romper las reglas, haciendo lo inimaginable, endeudar el país hasta límites inéditos, prometer cosas como quien hace ejercicio, de forma regular y sistemática…

Y luego Europa. Esas reuniones a las que se accede en coche oficial de muchos miles de euros, que se celebran en habitaciones insonorizadas, sobre moquetas perfectas, con aire purificado con ozono, o vaya usted a saber con qué. Luego, la emisión de unas escogidas y medidas palabras, que contienen una carga de profundidad de ciento cuarenta mil millones de euros que no terminan de llegar, esos compromisos asumidos que a ver cómo se colocan con lo que tengo en casa, esas actitudes ajenas un tanto insolentes que afirman que yo tengo un PIB per capita de no sé cuánto, que mi industria de eso o de lo otro necesita de ayudas, que estamos creciendo a este o aquel ratio envidiable.

Llega al fin la situación en la que se encuentra uno rodeado, sin salida, acosado por multitud de flechas que llegan desde cualquier parte, para las cuales no hay escondrijo alguno.

La brillantez planea sobre el escenario, y comienza con el ajuste de la chaqueta, con elegante apoyo de las palmas sobre la mesa de caoba, previo a erguirse sobre ciento noventa centímetros de la planta de quien sabe bloquear un rebote para salir al contraataque y que, en el momento menos pensado, sale por donde menos se lo espera el contrario.

–Chicos, me encanta la conversación, pero os dejo…

Miradas cariacontecidas que no entienden cómo es posible el abandono de la sala en un momento de tensión insoportable. Silencio que invade el espacio donde sólo se puede escuchar el siseo del magnífico aire purificado, roto instantes después con una declaración solemne.

–… tengo un volcán que atender…

Los demás observan frustrados, vencidos en su incompetencia para gestionar el momento y, en silencio, piensan para sí el razonamiento del veterano rockero, algo que no declararán en público ni bajo tortura.

“Pardiez, yo para ser feliz quiero un volcán”

 

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