SEÑUELOS
Ante su mesa de caoba, pulida y encerada hasta el aburrimiento, el presidente observa el tablero. Bajo sus pies, la moqueta aporta el sigilo que cada uno de sus movimientos demanda. Se encuentra inmóvil, mirando, analizando. Pensando. Jummmm… Sobre el tablero está él mismo, en la figura del rey. Se mueve pasito a pasito. Junto a él, la reina despliega su poder a lo largo y ancho de la superficie. Para eso le he otorgado el poder. Junto a ambos, los validos, con la torres cerrando el juego por las bandas, barriendo a quien se salga del tiesto. Y frente a ellos, los peones, necesarios, sacrificables, que han de impresionar al contrario, pero que realmente no tiene tanto poder. Pero han de estar.
La jugada se ha planificado, y como todas las buenas jugadas precisa de un señuelo. Enviaré a los que son sacrificables, para aparentar que me parto la cara por ellos. Eso precisa de arrojo, voy a ser atrevido, lo daré todo. Los de enfrente son negros, oscuros, poco imaginativos, no tienen nada que hacer. Romperé mis fuerzas, las dividiré, y los oscuros pensarán que me vengo abajo.
Pero un señuelo es eso, un desvío de atención. Las fuerzas oscuras pelean contra dicho señuelo, mientras yo me parapeto. Al fin y al cabo, soy quien articula el juego. Las fuerzas oscuras no piensan. Van todas contra el señuelo. Bien. Esto va bien. Quieren acabar con ellos. Que acaben.
Mientras, la reina come a diestro y siniestro. Acaba con mis enemigos poco a poco. Los horada. Les quita poder. Los empobrece.
Llega el momento triste. La reina ha de ser sacrificada, para que un peón llegue al final, obtenga poder y me ayude a terminar con el rey de la otra parte.
Porque, como todo saben, al final, sólo puede quedar uno.
El coste de que el tablero acabe casi vacío…, en fin.
Es algo con lo que ya contaba…
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