ANTIFACES
Como uno pinta canas hace ya bastante, recientemente me han venido a la mente los tebeos del Guerrero del Antifaz que compraba de chico en el kiosco los domingos a 16 pesetas la pieza. Aunque no tendría yo más de siete u ocho años, siempre me llamó la atención este superhéroe de corte indiscutiblemente español, con un discurso que muchos pueden considerar trasnochado, que se batía en duelo con sarracenos a mandoble limpio mientras su eterna novia, que nunca dejó de serlo, rezaba en alguna capilla siempre escoltada por su aya.
En ocasiones, el héroe se veía en apuros, y era frecuente que su voluntad tratara de ser doblegada por sus enemigos. Cuando ello sucedía, el mantra que repetía de forma machacona era el mismo. “Yo sólo me arrodillo ante mi Dios y ante mi rey”. Molaba bastante ver que el tipo, una especie de Rocky Balboa del medievo, mantenía sus principios por encima de su propia seguridad, y se aferraba a ellos como si fueran la última coca cola del desierto.
He de reconocer que aquello me marcó, y me dio fuerzas en más de una ocasión para enfrentar lo establecido, utilizando únicamente mis principios. Si el nota podía, pues yo también, qué coño. Seguramente fue el culpable de que me convirtiera en un rebotado irredento.
Hoy en día arrodillarse ante el rey, visto lo visto, puede resultar hasta grotesco, y el concepto de Dios… bien, es algo que va con cada uno.
Pero sea como sea (ya sé que el asunto es bastante anacrónico), sí he de admitir que me ha hecho pensar bastante en los principios que informan la vida de uno. La honradez, la valentía, el arrojo, la prudencia, la mesura, el raciocinio, la locura, la innovación, la tradición, los cimientos, las alas… todo es importante si aplicado con cordura, en las proporciones adecuadas, con los tiempos correspondientes, en el momento adecuado.
Seguir uno sus principios tiene ventajas, pero tiene un gran inconveniente. Hay que saber perder. Y perder es lo que nos enseñó la peli de Alatriste, del gran Pérez Reverte, donde el soldado del tercio, herido de muerte y ante la oferta de paz ofrecida, contestó aquello de “somos un tercio español, y un tercio español no se rinde”.
Murieron todos, claro está. Pero la belleza de la frase bien vale una muerte.
Pensaba en esto cuando vi las fotos de la ministra Calviño en Qatar junto a su homólogo catarí, el presidente del gobierno del mismo país y Pedro Sánchez. Y no pude por menos que sonreír interiormente cuando recordé que, hace unos días, la misma ministra se negó a hacerse fotos con los organizadores de un evento empresarial en Madrid, porque en la foto no había ninguna otra mujer.
Claro, el acuerdo con los cataríes comprende inversiones por unos 4.720 millones de euros, y aunque la foto no corresponde estrictamente a un posado, si que inmortalizaba un momento importante, pues reflejaba el acuerdo alcanzado por nuestro gobierno, necesitado de hitos importantes a la vista de lo revuelto que está el patio. Y en dicha foto, la única mujer era ella.
No puedo evitar preguntarme:
¿Tienen precio los principios?
¿O tal vez (y esto me parece más razonable) se disfrazan de principios algo que no es más que postureo?
Desde luego, tal parece…
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