CUÉNTAME UN CUENTO

–Érase una vez un país en el que los discrepantes con los liberales decidieron luchar contra éstos bajo el lema Dios, Patria y Rey. Tres guerras que libraron, siendo su núcleo más férreo el ubicado en País Vasco (entonces provincias vascongadas), Navarra y norte de Cataluña.

–Vete ya…

–Loquestásoyendo…

–¿Que catalanes y vascos lucharon contra los liberales en España? ¿A favor del rey? Tú estás fatal.

–Eso también…

España es un batiburrillo histórico que se muestra en la evolución de sus escudos. Primero, la unión de Castilla y León cuando Fernando III sube al trono de ambos reinos en 1230. Un par de siglos más tarde se unen a este escudo las barras de Aragón, tras la conquista por Fernando II de Aragón de las taifas musulmanes de Baleares y Valencia. No es hasta 1515 que este incorpora el reino de Navarra, momento en el que el escudo queda conformado por el castillo de Castilla, el león de León, las barras de Aragón y las cadenas de Navarra. Esas cadenas que Sancho VII el Fuerte incorporó a la historia del reino tras la épica victoria en las Navas de Tolosa en 1212, batalla sin la cual a lo mejor Europa no sería lo que es hoy. Tres reyes aliados en cabeza de la batalla, un objetivo común. Como para hacer una peli…

Ahí comienza un cuento que no ha terminado, porque luego sigue lo que ya sabemos una expansión planetaria inédita y un desmembramiento escalonado en el siglo XIX que termina con la guerra de Cuba, donde los norteamericanos nos dieron la estocada definitiva.

Simultáneamente, España se desangraba internamente en tres guerras carlistas tras haber echado a los franceses contra pronóstico en la Guerra de la Independencia iniciada en 1808, en una guerra que tiene su antecedente en la Guerra del Rosellón a finales del siglo XVIII.

Tradicionalmente se suele decir que en España ha habido cuatro guerras civiles en la etapa contemporánea. Tres carlistas y otra militar en el 36.

Modestamente, yo añadiría una quinta guerra civil, que además duró casi un siglo. Las guerras de la independencia americanas.

Verán, los españoles estaban en América a finales del siglo XV, y nos echaron de allí a finales del XIX. Más de tres siglos anduvimos por esos lares. Si consideramos que una generación son, pongamos, treinta años, en trescientos años ha habido en América diez generaciones de notas que son españoles desde ni se acuerdan los más viejos del lugar. Un tipo nacido en Salta o en Lima era tan español como uno nacido en Valladolid o en Orense. Y si no, piensen que la unificación italiana tiene dos siglos, igual que la alemana. Por tanto, dicho alzamiento generalizado, digno asimismo de alguna novela, o peli, fue en mi opinión una (o varias) guerra/s civil/es más para sumar a la lista. De ella surgieron nuevas repúblicas y a la larga todos perdimos.

Pero quizá la lección más clara que se puede obtener de todo esto es que España ha desarrollado una notable tendencia a la implosión. Es lo que pasa cuando te llevan dando de cates dos siglos seguidos.

Hoy, los que hace dos siglos se batían el cobre bajo el lema Dios, Patria y Rey, quieren independencia.

Ha quien opina que esto es algo histórico, surgido de una ensoñación llamada 1714, con la guerra de Secesión española. En cada partido de fútbol, el griterío en el minuto diecisiete y catorce segundos así lo sugiere. Pero la realidad es que aquélla no fue sino otra guerra civil más entre españoles partidarios de linajes diferentes para gobernar el país.

Al margen de lo anterior, siendo quienes somos y estando donde estamos, España y Cataluña nunca han sido ajenas la geoestrategia.

Hoy tampoco.

Puigdemont es catalogado por dirigente rusos como un exiliado político ante el jefe de la diplomacia europea, el catalán Josep Borrell, otorgando crédito a las decisiones de tribunales (claramente incompetentes) de Bélgica y Alemania en tal sentido.

Las anteriores elecciones catalanas fueron en diciembre de 2017. Casualmente un par de meses antes, en septiembre, la revista Nature, revista de divulgación científica más antigua del planeta, publica un artículo en el que analiza las oportunidades y riesgos de la independencia catalana, y en su contenido explica que el potencial científico catalán, al que alaban, se encuentra cercenado por unas anticuadas leyes españolas. Leyes que no cita, por cierto. Habla del bloqueo de España a Cataluña, de cómo se han cortado los fondos destinados a sus universidades e investigación y demás. Es la primera vez que veo que Nature se meta en política.

La BBC da por hecho que los 16.000 millones que Cataluña reclama como suyos cada año son ciertos (la base del famoso España nos roba), y emite su razonamiento sobre esa base. No se toma en consideración que el déficit calculado en ese momento ascendía realmente a 792 millones, siendo la diferencia la parte proporcional de deuda pública pedida para sufragar el déficit nacional de 2009 (año desastroso donde los haya) y que correspondería a Cataluña por su porcentaje en el concierto estatal. No se menciona en ningún caso en qué proporción participa Cataluña de dicho déficit.

The Times siguió la estela de los anteriores, explicando que Rajoy tenía que haberse sentado con los separatistas catalanes para alcanzar un acuerdo, ignorando que en una democracia la Ley es sagrada, y que eso no es posible sin modificar la Constitución. Da el tratamiento a Cataluña de lo que hasta ahora no ha sido, es decir, de país. Un referéndum en Cataluña precisa de una modificación constitucional. Y una modificación constitucional precisa del voto de los españoles en referéndum. Un poco lío, ¿no?

El gobierno de Rajoy ya sugirió en su día la existencia de injerencia extranjera en Cataluña, algo que también ha dejado caer el actual de Sánchez en relación con las elecciones de ayer. A saber cuál es la verdad.

Sea como sea, Sánchez ha optado por atemperar las cosas y ha llegado a acuerdos con separatistas de uno y otro lado para aprobar presupuestos y tal. Luego ha ubicado a su candidato en las elecciones autonómicas y ello le ha valido el triunfo. El votante constitucionalista se ve que no está muy convencido ya de nada, porque ayer no acudió a votar como ocurrió en las elecciones de 2017. Fueron más de 1,6 millones de votos menos los emitidos. Los soberanistas obtuvieron 735.000 votos menos. Los constitucionalistas 915.000. Sólo ERC y Junts tuvieron 725.000 votos menos que en las anteriores elecciones. A pesar de ello, hoy son los ganadores morales de la contienda.

Tal vez sea culpa del COVID, pero a mi juicio quien pierde es la democracia.

 

Hoy esto se presenta como un triunfo del independentismo, y yo me planteo hasta qué punto los que se quedaron en casa ayer, por el COVID o porque simplemente no le ven sentido a otras elecciones, no irían a votar en un referéndum por la independencia.

Duda razonable que me temo no aclararé, porque el resultado de estas elecciones es una especie de día de la marmota. Gana un constitucionalista y gobernarán los soberanistas. Una meta volante más en pos de su objetivo final, la independencia, ignorando a los que no la quieren.

Por el camino, sube Vox, desaparece el PP y se hunde C´s. Queda el PSC como el faro en la noche del constitucionalismo, la gran esperanza de los que no quieren marchar de España.

Illa ha dicho que se presenta a la investidura. Los periodistas desgranan la margarita. ¿CUP? ¿Los Comunes de Colau? ¿PSC? ¿Quién será el aliado de ERC y Junts?

¿O tal vez nadie?

Se admiten apuestas.

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