EL (DES)ORDEN ESTABLECIDO
No sé si lo han pensado alguna vez, pero para ir en contra del orden establecido… es necesario que exista un orden establecido.
Y usted dirá, “siempre hay un orden establecido, sólo que unas veces lo imponen unos y otras veces, otros”.
Tal vez sea así, no lo sé, pero es posible que en lugar de orden establecido, haya lugares donde lo que se haya establecido sea el desorden. Sería iluso pensar que existe el orden en todas partes, ¿no? Hay lugares caóticos, sin ley, donde el más fuerte prevalece y los débiles sufren abusos, y todo eso. Algún lugar le sonará.
En tales casos, aquellos que van en contra de dicho desorden establecido (vaya galimatías), lo que desean sería establecer un orden donde no lo hay… ¿no?
¿Serían esos, en tal caso, los revolucionarios? ¿Aquellos que, en lugar de luchar contra el orden establecido, luchan contra el desorden para imponer un orden?
¿Puede ser revolucionario alguien que quiere establecer el orden? Pues tal parece…
Quiero decir con todo esto que es posible que la razón de ser de una persona revolucionaria, disruptiva, que quiera tirar todo abajo para comenzar de nuevo, que grite aquello de “la imaginación al poder”, o “sé realista, pide lo imposible” y todo eso, puede verse de repente huérfano de propósitos si dicho orden no existiese. O, dicho de otro modo, incluso los revolucionarios necesitan del orden, como razón de ser de su propia existencia.
El orden, entiéndase por tal algún tipo de sistema o de organización que canalice las vidas y haciendas de todo hijo de vecino en los diferentes ámbitos sociales, se conforma como la vertebración de la sociedad. Y luchar contra este sería lo que entendemos como progreso, mejora, revisión de los procedimientos propios, ansias por avanzar en condiciones, sistemas y formas de vida.
Sin orden no hay progreso, pero lo que nos venden a diario es que orden y progreso son términos contradictorios y, con frecuencia, opuestos.
Pero en realidad no son más que las dos caras de la misma moneda.
Por eso, pienso que los adalides del orden deberían escuchar más a los revolucionarios que luchan contra él, pues no buscan más que mejoras al mismo.
Y los revolucionarios que luchan contra el orden establecido, deben respetar dicho orden, pues es la causa misma de su propósito y existencia. La base sobre la que proponen sus mejoras.
Desoír lo anterior sería, en mi opinión, invocar al caos, al desorden que dejaría descolocados a unos y a otros.
Por eso, el diálogo es perentorio hoy más que nunca.
Sería bueno que los nuevos rostros que ahora aparecen en nuestra vida pública, así como los que ya están allí, y que accedieron a sus puestos con el propósito de luchar en contra del orden establecido, entiendan esto.
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