EL REY (bis)
En la película sobre la vida de Bobby Jones, el jugador de golf conocido por ser el amateur que más campeonatos ha ganado y de ser el creador del mítico campo de Augusta National, hay una escena reveladora. El genio de los palos, acostumbrado a los campos americanos, llega al Open británico envuelto en su aura divina y se tropieza con unos hoyos que no esconden nada, que no tienen obstáculos dignos de ser reseñados, que no son largos y cuyos greenes son amplios. Pero comprueba, desesperado, que alcanzarlos dichos greenes puede ser un infierno. Por no hablar de embocar la bola en el hoyo. Porque cuando la bola vuela, el persistente viento hace su trabajo, y cuando cae a una hierba que lleva ahí quinientos años, una calle aparentemente recta la conduce donde menos te lo esperas. Tiras al centro de la calle y la bola acaba en un bunker pequeño, del que salir es poco menos que una heroicidad. Caes en green y embocar un hoyo es poco menos que un milagro, a pesar de las apariencias.
Porque, verán, las cosas no son, normalmente, lo que parecen.
Las comunicaciones exteriores de la Casa Real, es decir, lo que trasciende al sufrido ciudadano, no es algo baladí. Por ello, siempre se pone gran empeño en medir cuidadosamente los contenidos y las formas. Suelen ser sencillas, llanas y con todo a la vista. De tal modo, una simple llamada telefónica del soberano al Presidente del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial, Carlos Lesmes, para decir algo tan simple como “me ha quedado pena por no ir”, ha soliviantado a todos los que se consideran el progreso del país. Sin excepción.
Lo cierto es que la conversación entre soberano y el capitán de los jueces de España ha trascendido porque han querido que trascendiera. Y ha faltado tiempo a los del progreso en saltar como fusibles para manifestar su indignación, estupor, alarma, espanto, sobresalto y demás criterios impostados, sobreactuados y, como nos tienen acostumbrados, casposos.
Han caído en el bunker. A ver cómo salen.
Ellos, que llegaron al poder mediante la manipulación de medios, defensas y delanteros, si se me permite el símil deportivo, han sido objeto de la manipulación más burda y elemental. Con todo ante ellos. Lanzan la bola al aire sin darse cuenta de que el viento hace su trabajo, y de que la calle, en este caso los ciudadanos, que tenemos voz y de vez en cuando voto, envía la bola donde mejor nos parece.
En este caso al búnker.
Lo cierto es que los aspavientos para convencernos de que esto no es una democracia, de que el Rey ha intentado tener opinión (jatetú), que eso no puede ser y que consecuentemente es necesario dar pasos para instaurar una República, han ocasionado una corriente de opinión a veces manifiesta, como el viento, a veces silenciosa, como esa hierba que espera pacientemente hace quinientos años a que caiga una bola a ver dónde tiene a bien conducirla.
Es difícilmente comprensible que el Rey no haya presidido los despachos de los nuevos jueces. Nadie en su sano juicio entiende que el Rey se haya extralimitado en sus funciones.
Pero por el camino, han logrado que uno de los tres poderes del Estado, el judicial, frunza el ceño. Y que muchas briznas de una hierba segada al ras, que hace lo que le dicen y que espera pacientemente, mande la bola donde le sale de… las narices.
Bienvenidos al juego.
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