EXPERIENCIAS
Fue hace ya 40 años. Yo estaba en Estados Unidos de estudiante de intercambio por un año. Con una beca. En un instituto de secundaria. En esa época, ir a Estados Unidos era el equivalente a hoy ir a Marte, aproximadamente. No había información, ni comunicaciones, ni internet. Una carta tardaba dos semanas en llegar… con suerte. El desconocimiento de nuestro país allá era absoluto, pero mi sorpresa fue averiguar que nuestro propio desconocimiento acerca de ese país también era casi total. Los americanos no eran para nada parecidos a lo que yo pensaba. Eran… son, abiertos, divertidos, acogedores, hogareños, tendereteros, empáticos, curiosos, caritativos, amigables, sanotes. Buenos. No exagero si digo que para mí, será siempre como una segunda casa.
¿Sorprendidos? Pues no lo estén.
Los americanos son gente magnífica, y además puedo decir que hoy, cuarenta años más tarde, atesoro amistades que son indisolubles, aunque a muchos de ellos no los haya vuelto a ver. No importa. Están ahí. Siempre estarán ahí.
Aquí tenemos una imagen de Estados Unidos totalmente distorsionada, porque asumimos que el gobierno americano son los americanos. Y nada más lejos de la realidad. Uno puede estar más o menos de acuerdo con los dirigentes de un país… como ocurre aquí sin ir más lejos. Pero eso no cambia la realidad de ese país, que normalmente trasciende a los poderes fácticos que ostentan la capacidad de hacer y deshacer dentro y fuera de sus fronteras.
Es verdad que los acontecimientos históricos pueden haber deambulado por aquí y por allá. Que en el pasado, España ha tenido una importancia en Estados Unidos que hoy no se conoce ni se reconoce. Ni siquiera por nosotros. Que en las escuelas se enseña lo que se enseña. Que el rigor histórico está lejos de haberse implantado en la sociedad americana. Todo eso es cierto.
Pero ello no niega lo anterior. Lejos de ello, Elvira Roca Barea, Marcelo Gullo, Patricio Lons, Stanley Payne, Joseph Pérez, Pablo Sicilia y tantos otros, han consagrado su tiempo y su esfuerzo en poner los puntos sobre las íes, y la verdad sale a relucir poco a poco.
Pero cuando estaba allá, la gente de intercambio de tantos países de Europa, de América del Sur, de Asia… de todos lados, me abrieron los ojos a muchas sensibilidades y a muchas realidades. Sobre todo, porque los estudiantes no eran multimillonarios que pagaban una fortuna para ir allá. Se trataba de gente que procedía de familias de clase media que, becados como yo, eran acogidos por familias voluntarias, que no cobraban más allá de la experiencia de tener a un estudiante extranjero en casa por un tiempo. Una experiencia que, por cierto, recomiendo a todo el mundo.
Pues verán, una de las estudiantes no pudo permanecer allí todo el año. Su país no le permitía ausentarse más de 6 meses, porque tenía que ir a cumplir con el servicio militar, que era obligatorio para todos los nacionales de ese país. Nos extrañó a todos. Ella nos explicó que eso era así porque el país tenía que ser defendido por todos y por todas. Y aquí sí que utilizo el masculino y el femenino, porque así era. Algo que sonaba un tanto entre revolucionario por lo de incluir mujeres, y decimonónico para nuestras mentes de los mundos de Yuppi, que pensábamos que todo el monte era orégano.
Pues no.
Había países que vivían pendientes de la guerra, de la defensa de su territorio, de sus leyes, de sus principios. De su independencia. Y todos… y todas, tenían que colaborar activamente. No diré el país, aunque usted ya se lo puede imaginar. Y siendo hoy 8 de marzo, creo que el comentario procede.
Nosotros nos quedamos y ella se fue a cumplir con sus obligaciones ciudadanas. Sé de ella por amigos comunes. Se casó, tuvo chiquillos y sigue en su país, defendiendo lo que quiera que haya que defender.
He pensado mucho en ella últimamente.
¿Qué tenemos que defender nosotros? ¿Un estilo de vida? ¿Una democracia? ¿El derecho que usted tiene a discrepar? ¿La vida de los otros, que diría la película?
¿Qué es tan valioso para que se corte a la mitad una experiencia maravillosa de formación de una joven de dieciocho años por una causa superior? ¿Cuál es esa causa superior? ¿Existe?
Sí existe.
La independencia, la libertad, las fronteras, el derecho a establecer leyes, a obligar cumplirlas a todos y todas, es algo que pertenece a todos y a todas, y que no exime a nadie de sus obligaciones.
Quizá sea buen momento para evaluar las cosas.
La hija de un amigo cercano, dijo a su padre recientemente.
–Papá, tengo 22 años, y estoy harta de acontecimientos históricos.
No le falta razón a la muchacha. Crisis financiera, COVID, volcanes, guerra… Mira a ver.
Tenemos una obligación para con nosotros, nuestros vecinos, nuestros amigos y, sobre todo, para con nuestros hijos. Y tal vez sea buen momento sentarnos a meditar dónde está el norte y dónde el sur. Por dónde sopla el viento, cuándo echar el ancha, cuando desplegar las velas y cuando meternos a puerto.
No sé si me explico.
Hay muchos países hermanos, donde uno se siente como en casa. Pero, en realidad, todos los países deberíamos ser hermanos, porque es lo cierto que todos somos una comunidad y es bueno que, de vez en cuando, nos sentemos a meditar en qué consiste eso. Ser una comunidad.
Porque hay comunidades que viven asediadas, y nosotros no estamos exentos de ello.
Quizá por eso, sea bueno que pensemos que, a pesar de los que nos divide, de nuestras diferencia, tal vez sea cuestión de hacernos conscientes de que sí, de que somos una comunidad.
Que puede tener sus fallos. Seguro que los tiene. Y muchos.
Pero en mi opinión, vale la pena la pugna por seguir siéndolo. Por transmitir a los demás que, con un poco de esfuerzo, todos podemos actuar como países hermanos. De que, en realidad, todos formamos parte de una gran comunidad.
Malos tiempos para la lírica.
O tal vez no.
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