FÁCIL
Me pregunto qué clase de virus de sectarismo ha picado a algunos para defender lo indefendible. Vivimos en una isla, y con frecuencia salimos de ella. Al menos una vez al año, para viajar a otra isla con nuestro coche, tal vez para visitar a un familiar a la península, acaso una escapada europea a algún destino con viaje más o menos organizado que nos permita conocer alguna que otra ciudad vetusta. Es algo normal, si tenemos la suerte de contar con algún trabajo que nos permita sustentarnos a nosotros mismos. No ocurre con todo el mundo, pero la limitación de salir sería en todo caso financiera.
Si no hay perras, no hay perras. A la playa a comer camarones y a esperar a que vengan mejor dadas.
Sin embargo, un régimen monopartidista prohíbe el movimiento a sus ciudadanos y aquí hay gente que lo defiende. Defienden lo que no tolerarían para ellos mismos, que precisamente se dedican a llamar la atención defendiendo lo contrario de lo que se hace aquí, es decir, permitir que la gente vaya donde le da la gana.
¿Qué ocurriría aquí si no nos permitieran movernos? Para trabajar, para visitar amigos, para hacer turismo, para hacer lo que nos salga de los cojones, coño.
Pues hay gente que te intenta convencer de que eso es lo normal, sabiendo que no lo considerarían normal para ellos mismos.
Es verano. La temperatura en Canarias es templada, como suele ser. Tenemos restricciones derivadas de la pandemia, como en todas partes. Pero afortunadamente hay vacunas, y el proceso de vacunación va a buen ritmo, gracias a un sistema sanitario que funciona bien. No solo aquí. También en otros países avanza la defensa contra un bicho que nos tiene aburridos.
Mientras esperamos a que esta quinta ola comience a bajar, mientras nuestros jóvenes reciben sus dosis, mientras el Estado va ajustando la normativa a las circunstancias, discrepancias con tribunales incluidas (cosas de un Estado de Derecho), nos escapamos a la costa, pedimos una caña, una de camarones, tal vez unas aceitunas, o una ensaladilla, y nos ponemos protector solar tras el baño. Las rutinas estivales vuelven como siempre, con las limitaciones de una enfermedad que se revuelve porque sabe que va a perder el partido.
Entre baño, caña y camarón, conectamos nuestros teléfonos inteligentes, y abrimos la página de algún periódico que nos cuenta estas cosas de otros lugares, de países hermanos, que hablan como nosotros, y que este verano no tendrán camarones, ni protección solar, ni ensaladilla, ni una cañita.
Palos es lo que tendrán.
Pero hablar con la puesta de sol, la caña y los camarones delante es tan fácil.
Facilísimo.
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