FOCOS
Juguete de algún marqués,
menina de alguna dama,
sierva de grandes señores
en algún lugar de España.
Cathaysa, la niña guanche,
no verá más Taganana…
En una galaxia muy lejana, hace muchos, muchos años, sucedieron algunas cosas en Canarias que el tinerfeño Pedro Guerra refleja como nadie en la bella canción Cathaysa, que a mí me pone los pelos de punta.
Cuando la escuchas, cuando la cantas, cuando la imaginas, no puedes por menos que pensar en la barbarie que asoló estas tierras con la llegada de los castellanos. Con permiso de los indios taínos en varios puntos del Caribe, seguramente se constituye en una de las matanzas más salvajes con que cuenta España en su haber.
Evocar estos hechos es Historia. Historia para no olvidar, pero también para poner en sus justos términos. Los castellanos llegaban a las costas canarias tras una Historia plagada de guerras de todos contra todos donde participaron, en diferentes épocas, suevos, vándalos, alanos, fenicios, cartagineses, árabes o francos en territorio propio, así como otomanos, germanos, sajones y demás en territorio que hoy es foráneo. Y arrasaron con todo.
Pero todo suena hoy un poco a alcanfor, a Historia pasada, superada, analizada simplemente para tener una idea de quiénes somos y de dónde venimos.
Los problemas de hoy difícilmente pueden relacionarse con ese pasado, centrados como estamos en llenar la España vaciada, en mejorar el SMI, en controlar la inflación y en producir bienes y servicios que nos permitan seguir reduciendo el desempleo, y que ofrezcan un futuro a nuestros jóvenes.
Este mundo interconectado de todas las formas y maneras, no entiende otro modo de crecer y progresar que la cooperación, la paz y el intercambio amistoso. O al menos eso es lo que sería deseable.
Es un mundo que va a toda leche, que incluso crea otro mundo, virtual en este caso, donde tal vez todos nos mudemos algún día, en el que todo parece que será perfecto. Y posible. Quién sabe. Tal vez llegado a una edad determinada, algún ciudadano decida mudarse al mundo virtual porque en el real no puede caminar, tiene problemas reumáticos, cardiovasculares o del tipo que sea. Tal vez encontrará en dicho mundo virtual que puede volver a hacer cualquier cosa, siempre que disponga del dinero necesario para adquirirla. Quién sabe, tal vez incluso pueda volar, como hacía Neo en Matrix.
Será un mundo que funcionará mientras viva el ciudadano que se ha mudado a dicho entorno virtual, pero cuyo cuerpo y mente real están encerrados en un cuerpo físico que algún día bajará la persiana. Ese día todo se fundirá a negro y con Dios.
De tal modo, la trascendencia del cuerpo físico parece algo que tendremos en la mano sin necesidad de morir, como hasta ahora, y las preguntas que ello suscita no son pocas.
Mientras los empresarios se devanan los sesos para encontrar el personal con la debida formación para desarrollar, entre otros, este mundo, existe otro mundo paralelo que no evoluciona. Que se ha quedado estancado en fórmulas decimonónicas. Si no puedes con el futuro, trabájate el pasado, dicen algunos. Mudarse al pasado para modificarlo y crear el presente que se desee es un ejercicio singularmente sencillo, porque quienes otean el futuro no están interesados en lo que ocurrió hace quinientos años. O doscientos. Mudarse al pasado ofrece la posibilidad de crear un presente al gusto del consumidor, y esgrimir los argumentos que surgen de esta manipulación sirve para aquellos, no pocos, para los cuáles el futuro es tan incomprensible como inalcanzable y el pasado… lamentablemente es desconocido. En consecuencia, cada día más manipulado.
Algunos dirigentes políticos, de aquí y de fuera, lo han capitalizado como elemento esencial de su discurso, con notables réditos electorales que les han permitido instalar un estado de ánimo determinado en sus conciudadanos que, ante la inexistencia de futuro, deciden pasarse al equipo de aquellos que optan por lo fácil. Modificar el pasado para inmediatamente ofenderse y ponerse a pedir explicaciones, reparaciones, renuncias y demás hierbas.
El ciudadano tiene la palabra. Vivir en Calle Melancolía, que diría Sabina, o ser conscientes de que las cosas no siempre han sido como a uno le gustaría, pero pensando que, simultáneamente, tenemos que construir un futuro entre todos que ya algunos se están apresurando a diseñar… y que no estoy muy seguro de que nos vaya a gustar a todos.
El pasado se puede y se debe evocar, y honrar, por supuesto. Y la guanchita de Taganana es parte de nuestro pasado. Pero su espíritu, y el de tantos otros que sufrieron el oprobio, el rechazo y la violencia, merecen que nos proyectemos en un futuro… para los que tienen futuro.
Y esos no son otros que nuestros propios hijos.
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