GENERACIONES
El hombre quería que su hijo fuera a trabajar con él. A la finca. A cultivar. Pero el hijo quería estudiar. El hombre decía al hijo que eso era una estupidez. Que había que trabajar. Pero el hijo, erre que erre. Que quería estudiar. Y estudió. Y consiguió un trabajo donde desarrolló aquello que había estudiado. Y su vida fue mejor que la de su padre, condenado a levantarse al alba, a mirar al cielo todos los días, a esperar que esa tormenta pasara, que los vientos no se llevaran el fruto de su agotador trabajo. El hijo sonrió satisfecho. Quiso que su hijo estudiara. Como él. Porque a él le había ido bien. Pero su hijo no quería estudiar. Quería jugar al fútbol. Cada día iba a buscarlo al campito, donde se fajaba con los amigos en regates, tiros a puerta, estrategias de juego. El hijo finalmente jugó al fútbol y consiguió un contrato. Ganó más dinero que su padre, y cuando se retiró sonrió satisfecho. Quería que su hijo también jugara al fútbol. Pero su hijo quería jugar a videojuegos. El padre insistía, lo metía en equipos, le compraba botas, lo llevaba a partidos. Pero el hijo quería videojuegos, y el padre no entendía por qué no quería jugar al fútbol. El hijo creció, y abrió un canal de video donde enseñaba lo que sabía. Y también diseñó programas de videojuegos nunca vistos. Y le fue bien, ganando más dinero que su padre. O menos, daba igual. Hacía lo que quería. Le fue lo suficientemente bien como para querer que su hijo también jugara a videojuegos. Pero el hijo no quería jugar a videojuegos. Tampoco jugar al fútbol. Ni trabajar. Quería tocar la guitarra. Y finalmente tocó la guitarra. Y compuso canciones, y lo pusieron en la radio. Y grabó un disco. Y formó un grupo. Y se dedicó a la música. Y le fue bien. Ganó dinero y fue feliz. Quiso que su hijo también se dedicara a la música, pero su hijo quería pinchar música en las fiestas. Y el padre le compró una guitarra, y un piano, y una batería. Pero el hijo no quería tocar música. Quería pincharla en las fiestas, y sólo deseaba unos platos con una mesa de mezclas para hacer que la fiesta se animara. Y siempre lo conseguía. Su padre no lo entendía. No entendía cómo podía pinchar música electrónica en lugar de elaborar música de la de verdad. Pero al hijo le fue bien dedicándose a pinchar música y animando a la gente. Tanto fue así que finalmente quiso que su hijo pinchara música igual que él. Pero su hijo no quería pinchar música. Ni tocarla. Ni jugar a videojuegos, ni tampoco quería jugar al fútbol. Tampoco quería estudiar.
Quería marchar a un pueblo perdido, trabajar en una finca, sentir la tierra, el agua, los vientos. Ver cómo los cultivos crecían y daban su fruto.
¿Qué hacer con un hijo así?
Los hijos tienen la manía de no hacer caso a los padres.
Y los padres… en fin.
Al fin y al cabo sólo somos padres.
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