OBJETO DE DEBATE
Ya en 1879, un tipo llamado Henry George, nacido en Filadelfia, publicó un libro llamado “Progreso y miseria”. Es un libro de economía, del cual se vendieron más de dos millones de ejemplares.
Casi ná.
A mis manos ha llegado un ejemplar traducido al español y publicado en 1893. Tan en español que el nombre del autor se ha españolizado a Enrique George. Reza su dedicatoria:
“A los que, viendo el vicio y la miseria que resultan de una distribución desigual de la riqueza y del privilegio, sientan la posibilidad de un estado social más elevado, y quieran contribuir a su consecución”.
El hombre sostenía en su libro que el incremento del progreso tiene como inevitable consecuencia el crecimiento de la miseria. En esencia, lo que viene a decir es que el progreso tecnológico, que en su época se refería a cosas como el vapor para mover barcos, en la maquinaria para hilar, los martillos mecánicos que dan forma a enormes áncoras sin esfuerzo humano y cosas así, debería servir para, entre otras cosas, aliviar la fatiga y mejorar la vida general de toda la sociedad. Pero que en realidad ello no ha sucedido así. En aquella época, matar una oveja en Australia y poder comerla fresca en Londres, o dar una orden en Londres y ejecutarse en América en cuestión de horas era cosa de ciencia ficción a las que poco a poco se accedía. Mejoras técnicas llamadas a servir a la colectividad. Tachado de socialista, era no obstante antagonista de Marx, pues estimaba que la aplicación de su teoría conduciría al totalitarismo. Sin embargo sí manifestaba abiertamente que era partidario de una actuación estatal subsidiaria tendente a equilibrar las cosas.
Ese es un debate aparentemente superado, pues el estado social no sólo es una realidad, sino que está inserto en lo más profundo de nuestras normas. Empezando por el artículo 1 de la Constitución española.
Sin embargo, informe que Intermón Oxfam publica todos los años coincidiendo con el foro de Davos, por aquello de tocar las narices, repite como una letanía lo que ya todos sabemos. Unas dos mil personas tienen tanta riqueza como 4.600 millones de personas.
Eso está feo.
En lo que a España se refiere, hace poco se publicó en un diario de tirada nacional que los jóvenes deberían ganar el doble de lo que ganan para acceder a comprar una vivienda. Eso no sólo afecta a los que venden viviendas. Afecta a los bancos, que no venden hipotecas, al gobierno, que no cobra impuestos. A los que venden electrodomésticos… y a tantos más.
No soy sospechoso de socialista. Mucho menos de comunista. Soy un defensor de la libertad de empresa, de la iniciativa privada y del esfuerzo personal. Pero no dejo de reconocer que, en la práctica, estamos cautivos de unas cuantas empresas que podemos contar con los dedos de tres o cuatro manos, que manejan nuestro mundo. Simultáneamente nos encontramos sin saber qué aconsejar a nuestros hijos en relación con su futuro.
¿Hemos tirado la toalla? ¿Hemos aceptado este nuevo feudalismo como una realidad irreversible?
Yo no. Pero me temo que hemos de abrir un debate diferente en el seno de nuestra sociedad, que va más allá de la redistribución de la riqueza. La redistribución de la riqueza es sencilla. Sólo hay que saber dividir. Tengo 100, somos 100, 100/100 tocamos a uno por cabeza. Básicamente es eso.
Pero el verdadero debate está en la creación de la riqueza.
Afirma Harari que la riqueza no es un juego de suma cero. No es que lo que ganes tú lo dejo de ganar yo. Todo depende de la fuentes de creación de la riqueza, pero… ¿se puede crear riqueza siendo alguien que tiene simplemente una idea frente a estos titanes del capital? Digo en la práctica.
Si la respuesta es no, entonces tenemos que hacérnoslo mirar. Y en mi opinión, hay que considerar que la creación de cualquier cosa que tenga valor es la suma de tres factores:
–Una idea
–Capacidad de gestión
–Pasta
Pero si al que tiene la idea, o incluso la capacidad de gestión, no le damos la importancia que tiene porque los dos dependen de quien tiene el capital, será el tercer factor el que siempre ponga las condiciones. Para resultados, ver informe de Oxfam.
¿Podemos proteger las ideas? ¿Y a quienes tienen la capacidad para gestionarlas?
¿Estamos preparados como país para incentivar a nuestros empresarios a crecer? ¿Por qué no crecen?
La empresa mediana en España, esa que provee del mejor nivel de vida a sus trabajadores, es casi inexistente. Hablamos de empresas que facturan de 50 a 250 millones de euros. Es posible que sea porque son absorbidas por los grandes del capital, que cuando salen de compras buscan precisamente a esas empresas.
El debate es serio. Y probablemente sea el motivo de que la enorme cifra de parados en España sea persistente, independientemente de los vaivenes coyunturales. Opino que hemos de apoyar a nuestros creadores de riqueza, que puede ser cualquiera, y luego debemos exigirles que devuelvan ese apoyo a la sociedad.
Esa es, desde mi punto de vista, la mejor redistribución de la riqueza.
La mejor forma de eliminar la miseria.
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