Padres
Corría el verano de 1962 cuando mi padre (q.e.p.d), a la sazón funcionario del Ayuntamiento del Puerto de la Cruz, renunció voluntariamente a su plaza para abrir una pequeña gestoría en La Laguna, cuyo mobiliario consistía en una mesa, una silla para él, dos confidentes, un teléfono negro enorme y un perchero. El local tenía unos 20 metros cuadrados, sin ventanas, claro, con una única puerta que daba a lo que hoy se conoce como el túnel del Aguere. Un carnet de identidad, una licencia de caza, una apertura municipal… el hombre comenzó allí haciendo esas cosas que hacemos los gestores. Tenía veintiocho años. Con esa edad cambió una vida de seguridad, estabilidad y progreso personal y profesional (visualicen, Puerto de la Cruz, años sesenta, joven licenciado, funcionario, crecimiento en puertas a su alrededor, etc. etc.) por una idea. Tal vez por un ideal, no lo sé. Seguramente si un hijo mío hiciera lo que él, lo trataría de llevar a un psicólogo bueno, para que le quitara esas ideas de la cabeza.
Lo cierto es que aquella pequeña oficina se convirtió en una más grande, con quince trabajadores, muchos clientes y muchos más dolores de cabeza. En cierta ocasión hablábamos mi padre, un buen amigo mío de la infancia y yo sobre política. Mi amigo y yo, por aquel entonces finalizando nuestras respectivas carreras universitarias, nos declaramos de izquierdas, claro está. Mi padre nos contestó: “Yo también lo soy. He renunciado a una vida de seguridad por una de incertidumbre, y he colaborado en el mayor problema social que hay en España, que es el paro, aportando quince puestos de trabajo, además de mi propio puesto de trabajo”.
Claro, nosotros no lo habíamos pensado así. Entendíamos el socialismo como una forma de reparto de riqueza desde arriba hacia abajo. “El socialismo, tal y como yo lo veo –nos indicó– consiste en aportar de abajo arriba lo que cada uno pueda. Y luego, que arriba haya alguien para hacer lo mismo en sentido contrario”.
Cosas que explican los padres, que se le quedan a uno. O tal vez será que, simplemente, lo echo de menos.
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