PARAÍSOS
Las armas las carga el diablo, pero las dispara un gilipollas.
(Frase empleada por mi instructor de tiro en el ejército)
Tenía mi hija unos 13 años cuando me dijo que la privacidad tenía los días contados. Que lo mejor era vivir como si te estuviera viendo todo el mundo, porque la tecnología terminaría por llegar a todos los rincones, y la seguridad se vería comprometida. Y no le faltaba razón. Hoy en día, los hackers son capaces de saltarse todas las barreras de seguridad para poner al descubierto dineros opacos, relaciones inconfesables y documentos sensibles. Los Papeles de Panamá fueron un ejemplo de ello, y los recientes Papeles de Pandora también. Al descubierto las cuentas, los apoderamientos, las relaciones secretas, si bien ya no tanto, de multitud de personas y entidades que guardaban celosamente sus operaciones secretas. Todas ellas publicadas en un diario de tirada nacional. Todo gratis en internet, para que usted pueda verlo.
Incluso algún que otro político ha sido defenestrado por haber sido nombrado apoderado de alguna entidad opaca, lo que sirvió de coartada para que lo descabalgaran de su puesto de responsabilidad mediante una moción de censura presentada por la oposición.
Los paraísos fiscales, en inglés denominados mediante el eufemismo “tax haven”, es decir, refugios fiscales, son entidades que el común de los mortales que pagamos impuestos no entendemos. Normalmente reciben dinero opaco, que suele provenir de rendimientos que no han pasado por el filtro del Estado, de ningún Estado, por no hablar de que, asimismo, puede comprender rendimientos de actividades de dudosa legitimidad.
No es que esté prohibido tener dinero en un paraíso fiscal. Siempre y cuando haya pasado por caja y haya pagado su correspondiente impuesto, usted puede meter su dinero en el colchón, en el banco de la esquina, puede quemarlo si quiere o bien convertirlo en opaco.
¿Y para qué quiero convertir mi dinero en opaco?, preguntará usted.
Yo también me lo preguntaba, pero hace algunos años vinieron dos empresarios de otro país al despacho, a solicitar asesoramiento en materia financiera internacional. Yo, como no soy experto en el asunto, los puse en contacto con un bufete de abogados de esos que funcionan a nivel planetario y fui invitado a la primera reunión. Cuando comenzaron a decir que querían ocultar el dinero, el abogado del bufete recomendado por mí se puso en guardia. “Nosotros hacemos planificación fiscal”, le dijo, “no ayudamos a la gente a defraudar a Hacienda, así que se equivoca de bufete”.
El cliente miró a su socio y ambos se encogieron de hombros. Luego nos contaron que ellos, por supuesto, pagan los impuestos que proceda, que no era ese el problema. Que el problema es que ese año (fue hace unos años ya) habían secuestrado a varias personas de la organización, que habían tenido que pagar una fortuna por los correspondientes rescates y que querían privacidad para que los dejaran trabajar tranquilos. Temían que, al siguiente secuestro, alguien perdiera la vida por culpa del dinero.
Son situaciones a las que uno no está acostumbrado, pero que este mundo de locos a veces genera para personas que han tenido éxito, que han ganado dinero y que simplemente no pueden vivir en paz. Tal vez sea uno de esos casos en los que es recomendable pasar desapercibido, no lo sé.
Sí sé que en muchos otros casos esconder dinero es, simplemente, un medio de no pagar lo que corresponde a la caja común. Tanto eso como extorsionar a alguien que ha triunfado me parecen actuaciones execrables, que nos deben hacer pensar que todo no es blanco o negro, y que en este mundo, a poco que saques la cabeza del agua, siempre habrá alguien con una escopeta apuntando para pegarte un tiro de muchas formas.
Ni idea de cómo se arregla eso. Pero sí pienso que los paraísos fiscales… los “refugios fiscales”, como dicen los anglosajones, no son del gusto de nadie. Y creo que una denuncia pública, sostenida, firme y decidida por parte de los que formamos parte de esta sociedad, los que la pagamos, los que la sostenemos, los que actuamos de forma positiva en ella, es perentoria.
Y, debido a ello, por medio de la presente, protesto.
Aquello que está a la luz, no precisa de focos.
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