junio 4, 2020
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Meditaciones fuera del cacharro
TENDEROS
A mi chupa de cota de mallas contra la desdicha…
(Joaquín Sabina. La canción más hermosa del mundo)
Se atribuye a Napoleón la frase de que Inglaterra es una nación de tenderos. “Nation de boutiquiers”, según sus propias palabras. En realidad ha sido una frase recurrente a lo largo del siglo XIX, rescatada incluso por Thatcher en un momento de acaloramiento con sus ministros terminando el XX. Sea cierta o sea falsa la atribución de la cita, es de reseñar que a principios del siglo XIX, Francia tenía más del doble de la población de Inglaterra, y Napoleón, a pesar de su fracaso en España, de donde fue expulsado con el pueblo alzado en armas, reinaba en Europa. Hasta Waterloo.
La pujante clase comerciante de Inglaterra dio lugar a una posterior revolución industrial que, con todas sus luces y sombras, estableció un ingreso per capita netamente superior al de Francia y, consecuentemente, una base tributaria más sólida. Ello le sirvió a Inglaterra para financier mejor sus guerras y aguantar el tirón que Francia no pudo aguantar, como paso previo al crecimiento de su economía e influencia en el mundo durante todo el siglo XIX, en que se convirtió en la potencia más pujante del planeta.
No está mal para un montón de tenderos.
Hoy las guerras no son así. Antes llegaba un fulano a alguna tierra ignota, plantaba la bandera y decía “eso es mío”. Le daba al rey el quinto real y lo demás para él. Si había alguien en la zona previamente, pues o bien llegaban a un acuerdo con ellos… o bien llegaban a un acuerdo con ellos, no sé si me explico. Luego se colonizaba el lugar, se vendían catecismos, se construían carreteras, se edificaban iglesias y esas cosas.
Pero las guerras de hoy son diferentes. Lo que antes era la unidad básica de crecimiento, llámese barco, compañía militar o similar, hoy son las empresas. La colonización de territorios se lleva a cabo sin la fuerza, al menos en la teoría. Desarrollando productos y servicios tan interesantes como para que los demás estén dispuestos a soltar pasta para tenerlos.
Esas empresas general empleo, colonizan territorios, ganan dinero y pagan impuestos. Y las personas a las que han contratado también pagan impuestos. Y los empresarios a los que les han comprado sus bienes de equipo y consumo para el desarrollo de “su guerra”, también pagan impuestos.
Recientemente tuve una discusión con alguien cercano que sabe de números, porque una empresa llevaba cinco años sin pagar Impuesto sobre Sociedades sobre la base de los beneficios fiscales de Canarias. Me dijo que eso no podía ser, y yo le dije que hiciera dos cosas: que calculara los ingresos totales de dicha empresa y, por otro lado, que sacara el saldo acumulado de la subcuenta 47, denominada Administraciones Públicas. Es decir, todos los impuestos que pagaba la empresa por todos los conceptos. Luego le pedí relacionar ambos, y el ratio que salió fue 0,48.
O sea: el 48% de los ingresos de esa empresa terminaba en manos del Estado. Sin pagar Impuesto sobre Sociedades. Mi razonamiento fue muy claro. ¿Qué pierde el Estado si esta empresa cierra?
–Dejar de cobrar ese 48% de ingresos totales de esa empresa.
–Comenzar a tener que pagar prestaciones al personal que se va al paro
–Que todo ese personal reduzca su consumo drásticamente.
–Y que todas las empresas que se relacionan con la mencionada dejen de tener un cliente e ingresos derivados de dicha relación. Desde el bar donde desayuna el personal hasta los suministros de la compañía de electricidad, o de software, o de muebles, o de ordenadores. O de lo que sea.
Eso es lo que se pierde cuando muere una empresa. Y por eso, precisamente, es por lo que hay que cuidar a nuestros tenderos.
Son nuestra mejor cota de mallas contra la desdicha.
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