TRANSICIONES
A mí la transición a la democracia me la contaron mal. A ver si me explico. Imagina que vas a una casa que está en venta, y que al salir te preguntan:
–¿Qué tal la casa?
–Bien. Tiene unas cortinas monísimas.
–Ajá.
–Cuando la luz del atardecer las atraviesa, el ambiente que se genera es mágico.
–Fale…
Pues más o menos así me explicaron a mí la transición a la democracia.
Me explicaron que Suárez era astuto, que regresaron Carrillo, La Pasionaria, Alberti y un montón de exiliados más. Que amnistiaron a todo el mundo y que luego pusieron una Constitución ahí para que la gente votara. Y que votaron que sí, más que nada para huir del franquismo.
Y ya.
En mi mente de pibe, imaginaba a Suárez y a Juan Carlos hablando con los procuradores franquistas:
–Pues ya si eso, vamos y nos hacemos demócratas.
–¿Lo cuálo?
–Sí, muchacho. Eso que vas y votas, y quien salga gobierna, y tal…
–¿…mestáscontando…? ¿Con comunistas y tó?
–Son buena gente, va. Total, enróllate ahí…
–Venga va…
Pues… no fue exactamente así.
Cuando Franco murió (1975) y Juan Carlos fue nombrado rey, todos los capitanes generales de España no es que fueran franquistas, es que directamente habían hecho la guerra con Franco. Juan Carlos juró los principios del movimiento en las cortes franquistas con luz y taquígrafos para ser nombrado Rey. Podía no haberlo hecho. ¿Qué hubiese ocurrido? Vaya usted a saber.
Arias Navarro continuaba como presidente del gobierno. El ya por entonces Rey no parecía tener intenciones de enfrentarse directamente al régimen de Franco, muy fuerte, muy asentado. No explica qué va a hacer. La gente se decepciona, y las protestas en la calle se multiplican.
Viene entonces la primera jugada inesperada.
Marcha Juan Carlos a Estados Unidos y da un discurso en la Cámara de Representantes, y allí afirma que en España se va a implantar una democracia que respete los derechos y las libertades individuales, como en cualquier país homologable. Los aplausos son elocuentes y Arias Navarro, ante tal desplante, simplemente dimite porque aquello le parece una ofensa intolerable.
Juan Carlos escoge entonces al secretario general del movimiento para pilotar el proceso, Suárez. Este acierta con el nombramiento de Torcuato Fernández-Miranda, profesor de Derecho Constitucional, como presidente del Congreso, que redacta la Ley de Reforma Política a finales de 1976.
Fue la segunda jugada inesperada. En mi opinión, verdadera jugada maestra. La que evitó que la transición fuera sangrienta.
Fernández-Miranda sabía que el franquismo se tenía que inmolar. Voluntariamente, y a través de una ley votada por los propios franquistas. Una ley que fuera clara en el modo en que iban a ser las cosas a partir de ese momento. El propio Fernández-Miranda lo explicó del siguiente modo: “de la Ley a la Ley, a través de la Ley”. Esta Ley, la última del franquismo, se aprobó en el Congreso, con Suárez aguantando la respiración. Luego se sometió a referéndum, y fue el sí popular el que sentenció jurídicamente el régimen de Franco, no sin haberlo hecho antes sus representantes. Los herederos de Franco han votado a favor de la posibilidad de cambio. El pueblo también: posibilidad abierta.
¿Cómo? Pues Ley especificaba, en su artículo 5º, que “El Rey podrá someter directamente al pueblo una opción política de interés nacional, sea o no de carácter constitucional –ahí queda eso–, para que decida mediante referéndum, cuyos resultados se impondrán a todos los órganos del Estado”.
Esa frase ES la Transición, en opinión de este no-jurista.
Mediante la aprobación mayoritaria de la misma por los propios franquistas, son ellos los que abren la puerta a un nuevo régimen y, consecuentemente, se inmolan. La capacidad de persuasión del Rey y de Suárez, pues ya se la pueden imaginar. De jurar el cargo de rodillas ante un crucifijo a convencer a los testigos de dicho juramento que se acabó, que tocaba un cambio que, en boca de Alfonso Guerra, supondría una España a la que no conocería “ni la madre que la parió.”
A partir de ahí había que pasar de las musas la teatro. En virtud de ello, se nombra a siete hombres: dos de izquierdas (Gregorio Peces-Barba, socialista y Jordi Solé-Tura, comunista), dos de derechas (Fraga y Pérez-Llorca), dos de centro (Herrero de Miñón y Cisneros) y uno por minoría catalana (Miquel Roca), para que redacten una Constitución. Alguien debería rodar una peli con las discusiones de estos siete. O una serie, que ahora están más de moda.
Lo que salió de ahí recibe el 87,87% de aprobación del pueblo.
Hoy, cambiar esa Constitución implicaría:
–Redactar una nueva Constitución
–Que la aprueben al menos los 2/3 del Congreso.
–Disolver las Cortes.
–Convocar elecciones generales.
–Formar unas nuevas Cortes.
–Que el nuevo Congreso vuelva a votar el mismo texto, que ha de obtener nuevamente los 2/3.
–Referéndum para que hable el pueblo si tal sucede.
Muerto Franco, Juan Carlos eliminó el franquismo pacíficamente porque aplicó la Ley. La revista El Jueves (en mi opinión y la de mis amigos el mejor periódico de España), tenía una tira llamada “Martínez el Facha”, cuyo protagonista era el típico franquista nostálgico del que todos, absolutamente todos, nos descojonábamos.
Los fachas quedaron reducidos a un chiste.
Los legítimos partidarios de la república tienen ahora el mismo reto. ¿Podrán redactar una constitución nueva que obtenga la aprobación del pueblo? A los que estamos con la Constitución, ¿podrán reducirnos a un chiste?
Si lo logran, pues que viva la Democracia.
Y si no, pues también.
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