VAYA TIEMPOS (para la lírica)

Mi amiga nació en Venezuela. Concretamente en Caracas, aunque tiene antepasados de Margarita. Toda su vida ha vivido allí, salvo un año que intentó, aconsejada por amigos y familiares, vivir en otro país. No pudo. Echaba de menos el suyo. Decidió volverse, a pesar de los pesares. Y allí sigue.

A pesar de los pesares.

Hace dos días nos llamó desde una playa. Esa maravilla de la técnica llamada FaceTime nos permitió pasear con ella unos minutos, observando la arena, el mar, la vegetación, el cielo y los sonidos de ese pedazo de edén llamado Venezuela. Estaba allí por accidente. Tuvo que ir al aeropuerto, que está en La Guaira, a despedir a alguien. Y no pudo volver a Caracas. Ese revoltillo de país tiene esas cosas. De repente se arma un lío y no puedes volver a tu casa. Carreteras cortadas, militares, armas por todas partes…, follón.

Ella, optimista como es, llamó a una amiga que vivía hacia el este, hacia Naiguatá. “¿Me puedo quedar en tu casa hasta que esto se despeje?”. Y eso hizo. Desde esa costa, mientras esperaba poder volver a su casa, nos llamó. Justo el día antes de las elecciones para la Constituyente. Y nos trató de convencer.

“Tienen que venir aquí, esto es maravilloso”, nos insistía por enésima vez. “Es peligroso”, le contestábamos nosotros. “Pero yo les procuro protección, y estaré con ustedes todo el tiempo…”. La conversación siguió como siempre. Ella intenta una y otra vez que sus amigos canarios la visiten, porque realmente ama su país, y está orgullosa de él.

A pesar de los pesares.

Esta mañana me tomaba un café y meditaba sobre este asunto sentado en una terraza. Una señora de unos setenta años, vestida elegantemente, bolso colgado al brazo, venía calle peatonal arriba. Se paró en un cajero automático, sacó su cartera del bolso, y de esta una tarjeta de crédito. La introdujo por la ranura, tecleó unos dígitos e instantes más tarde la tarjeta volvió a salir y, más abajo, el dinero. Guardó todo en su cartera y siguió su camino.

Me dio por pensar en el concepto de riqueza. No sé cómo sería la cuenta corriente de la señora (ni me interesa), pero lo que sí sé es que ella tiene un país para moverse, un país que le pertenece. Puede sacar su cartera en la calle (excepciones hechas donde corresponda, claro está), puede comer en una terraza con sus amigas y pasear de forma más o menos descuidada, a pesar de su edad.

Mi amiga caraqueña no puede hacer eso en cualquier sitio. Es más, el número de armas en poder de civiles el algo alarmante. Y además las usan. No en vano, 25.000 personas mueren anualmente al tiro limpio en plena calle. A veces por un reloj. A veces por unos tenis. A veces por la puta cara.

Me gustaría mucho  ir a visitar a mi amiga. Pero no pienso hacerlo hasta que allí reine la paz, y hasta que haya un gobierno que no amañe, retuerza, tergiverse, extorsione y violente las leyes del modo en que el actual lo hace.

Llámenme cobarde, si quieren.

Pero hay algo que sí tengo claro: ese día no llegará hasta que esos gobernantes miren a mi amiga a los ojos y la convenzan de que la democracia ha vuelto para quedarse. Y de que se ha instalado de nuevo el juego limpio.

Mientras tanto, ella seguirá disfrutando de la belleza que ya casi nadie percibe. Y también seguirá en la primera línea de todas las manifestaciones.

Por favor, cuídate mucho querida.

 

No Comments

Post a Comment