AQUÍ UN CUÑAO…

Y es que vacuna viene de vacas, claro. El origen del término es conocido, pero lo que parece bastante acorde a los tiempos que corren es la sensación de formar parte de un ganado.
 
En mi carrera había un dicho que afirmaba que existen las verdades, existen las mentiras y existen las estadísticas. De tal modo, hoy tenemos sobre la mesa un discurso un tanto chocante. Por una parte, nos dicen que no sé qué vacuna tiene efectos colaterales, pero que en general es segura, y que los beneficios que otorga son muy superiores a los perjuicios.
Y es verdad, en el bien entendido de que diariamente mueren en España… no sé, cien, doscientas personas por culpa del jodido bicho. Si eso lo comparamos con los muertos por efectos negativos de la vacuna, que son contados con los dedos de un par de manos o tres, lógicamente los beneficios parecen muy superiores.
 
Pero eso son las estadísticas. La realidad percibida por el contribuyente me temo que es otra.
 
Quiero decir que es verdad que los números son los que son, y analizados fríamente es cierto que los inmunizados, o protegidos por la vacuna de marras, son enormemente superiores a los fallecimientos, que por otra parte son notablemente inferiores a las muertes por el bicho, que ascienden a una cifra que da espanto.
 
Pero lo que genera pánico, en mi opinión, es otra cuestión.
 
Cuando salimos a la calle sin vacuna sabemos que el bicho se contagia principalmente por vía respiratoria. O sea, que sabemos que si protegemos nuestras vías respiratorias, si aplicamos a nuestra vida diaria las normas de asepsia que nos han enseñado, estaremos protegidos hasta que surja algún tipo de vacuna que nos inmunice. O que al menos nos ponga fuera del peligro de muerte. Aún así, es cierto que mucha gente se contagia, muchas veces por no poner el celo debido en dichas normas de protección.
 
Sin embargo, si me vacunas con una vacuna que me provoca efectos secundarios que en último término me pueden causar la muerte y, de paso, no se sabe muy bien por qué dicha muerte tiene lugar, mal asunto. Porque me obligan a bajar mis defensas, esas normas de asepsia que sé que funcionan, para permitir que me metan un producto que tal vez pudiera causarme la muerte.
 
Es verdad que en una proporción notablemente inferior al contagio del virus normal.
 
Es verdad que sabiendo que mucha gente no sufrirá dicho efecto pernicioso.
 
Pero la base de los fallecimientos será un efecto secundario de un producto que nos meterán por vena y que de momento parece incontrolable. Y que si me toca, no hay segundas oportunidades. Una especie de ruleta letal.
 
Supongo que lo que está en discusión aquí es el tan traído y llevado concepto de libre albedrío. Libertad para contagiarme libremente, valga la redundancia, por no haber respetado las medidas de asepsia contra el virus. En contraposición, la no libertad para recibir un tratamiento que eventualmente puede terminar con mi vida y que no es obligatorio pero, como diría el mago, “como si lo seriese”.
 
¿Por qué?
 
¿Estamos ante un problema científico?
 
Dicen en internet que la vacuna de Moderna cuesta 31 euros. La de Sinovac (China), 25. La de Pfizer, 17. La rusa 8. La de Johnson & Johnson, también 8.
La de Astrazeneca, 3.
 
¿Estamos, repito, ante un problema científico? Porque he mirado –con visión de cuñao, ojo– los problemas generados por, digamos Pfizer, y se han registrado algunos como enrojecimiento de la zona pinchada, dolor, cansancio o dolor de cabeza. Tal vez fiebre, a lo mejor náuseas. Pero hasta ahí.
 
Igual con los demás.
 
Pero no con la que nos quieren poner.
 
Uno, que es muy simple, imagina así la escena.
 
–Jefe.
–¿Qué pacha?
–El de las vacunas, que ha llegao.
–Qué carajo quiere…
–Que tiene el furgón ahí fuera y quiere que le afloje las perras.
–Desonada… Dile que lostamos estudiando…
–Que dice que si no le pagamos ya deja el furgón en doble fila, cierra con llave y se va al bar a mandarse un cortado. Y que usté resuelva el piterío con la cola que se va a formar en la calle.
–Cagüenlaputa.
–Cagüenlaputa digo yo…
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