CENA

La camarera nos sonrió, y se atrevió recomendar un par de platos. Nosotros, todos buenos comensales, dijimos que sí a todo. Al vino, a la comida, a los postres, al café, a la copa. La gente deambulaba calle arriba, calle abajo, y una risa estridente a más no poder llegaba hasta el lugar donde estábamos sentados. Provenía de un grupo de amigas que se lo pasaban en grande, seguramente porque había alguna machanga que provocaba las risas de las demás. Típico. Y acogedor. Un violinista vino a tocar junto a nosotros, y cuando finalizó pasó la gorra. Aportamos nuestra modesta participación en el arte de la calle y nos preguntó amablemente si nos había gustado lo que había tocado. Le dijimos que sí, cosa que además era verdad. Es decir, no fue por quedar bien. El muchacho lo bordó, recogió su dinero y marchó tan discretamente como había llegado.

Más vino. Más cháchara, más risas provenientes de la mesa de las chicas. Definitivamente lo pasaban bomba. No fue nada especial. Sólo una cena, en Santa Cruz, en una calle peatonal, llena de gente, llena de vida, llena de amistades que se encontraban y que se saludaban para seguir viaje, cada uno a lo suyo. Alguien de la mesa comentó algo que no sabíamos. Se abrió el debate. Más vino. Más cháchara. Más debate. La conversación se dividió en dos. Algo que ocurre siempre, cuando hay cuatro personas, es una cuestión de tiempo que haya dos conversaciones. Esperamos al final. Empezaron a recoger y guardar mesas. Nos fuimos los últimos, hablando calle arriba en busca del coche. Quedaba gente hablando, fumando, bebiendo, compartiendo, y la despedida fue lenta, sosegada. Coche, casa y unos minutos para mí mismo.

No paro de pensar en lo afortunados que somos por poder salir a la calle, sentarnos en una terraza, departir con amigos, saludar a los que pasan por allí, cenar tranquilamente, volver a casa y saber que todo está bien. Que este sigue siendo un pueblo tranquilo, amigable, bueno, de gente alegre, dicharachera y amable.

Hay 7.500 millones de personas en este planeta, persona arriba, persona abajo. Y aquí somos aproximadamente un millón. La probabilidad de que estemos aquí es, por tanto, de uno entre 7.500.

Por supuesto que hay problemas, penurias, cosas que mejorar, retos, desafíos. Todo lo que usted quiera.

Pero salir a la calle silbando con las manos en los bolsillos a cenar y a saludar a este o aquella persona, es un privilegio reservado a muy pocas personas en este planeta.

Tal vez me esté haciendo viejo.

O tal vez esté comenzando a apreciar cosas que siempre han estado ahí, y que me parecen normales.

No lo son.

Salud, amigos.

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