CIUDADANOS Y CORTESANOS

Entre las innumerables declaraciones que he escuchado últimamente (no sabe uno dónde mirar ya, la verdad), destacan los lamentos de esta ministra o aquél asesor gubernamental acerca de la marcha de Ferrovial a Países Bajos. No es una buena noticia, la verdad, pero el argumento esgrimido por los responsables públicos es uno, básicamente que quieren pagar menos impuestos.

Tal vez sea verdad, no lo sé, aunque intuyo que hay más cosas.

Por ejemplo, que la mayoría de sus acciones sean de propietarios no españoles. O también que la mayoría de las obras que llevan a cabo se efectúen fuera de España. Y cuando digo mayoría, de una cosa o de la otra, no hablo del 50,5%. Más bien hablo de cifras por encima del 90%.

O sea, Ferrovial no debe su crecimiento a España, sino a lo que hace por ahí… y a socios de por ahí.

Es decir, Ferrovial es una multinacional, que opera en muchos países y, claro, que debe su tamaño a su multinacionalidad. Y ve a España como un tapón. Quiere crecer, obtener más recursos, invertir más, ganar más dinero, y esas cosas. Como desde aquí no puede, porque está en el IBEX 35, es decir, en el grupo de las 35 empresas más grandes de un país que tiene, por poner un ejemplo, cuatro bancos y una dimensión internacional manifiestamente mejorable, pues se marcha a Países Bajos, que le dará acceso a Nueva York (Estados Unidos maneja el 65% del efectivo del planeta), y hace todas esas cosas deleznables que hacen los que crecen y ganan dinero. Es decir, crecer.

Aquí tenemos un problema atávico relacionado con la cultura financiera. Un empresario, ponga usted el que quiera, crea su empresa con treinta años, crece, y con cincuenta y cinco, o sesenta, llega a un tope. O se internacionaliza y compite a nivel superior, o vende. Alguien le ofrece una pasta por la empresa, y vende. Se va a jugar al tenis y a la playa y que empuje el siguiente que venga, que él ya ha empujado bastante.

Para nuestra mentalidad, sería de ciencia ficción lo ocurrido, por ejemplo, con Steve Jobs, que fue expulsado de Apple, empresa que él mismo creó. Luego lo llamaron de nuevo, pero… ¿cómo pudieron expulsarlo? Pues porque cuando una empresa llega a un tope, da entrada a nuevos socios, a más dinero y accede a otros mercados. Se queda el fundador en minoría, y en ocasiones pueden incluso echarte a la calle, como le ocurrió a él.

Aquí eso es impensable. El fundador es el dueño, y siempre lo será. No deja entrar a nadie, manda él y, cuando no puede más, se larga y a la empresa que le den por donde cargan los camiones.

Por eso tenemos el PIB que tenemos, tenemos el salario medio que tenemos y tenemos el paro que tenemos. Básicamente porque no tenemos cultura financiera, y porque la empresa mediana, esa que tiene entre 50 y 250 trabajadores, prácticamente no existe. Esa empresa es la que da mayor calidad de vida a sus empleados, paga mejores sueldos y paga impuestos a punta pala. Y hace crecer al país.

Hace falta una revolución empresarial en España ya. Los empresarios tienen que pensarse, muy mucho, acerca de su futuro y el de su empresa, y el Estado haría bien en dar facilidades a la gente para captar capital y permitir que las empresas crezcan, en lugar de decir que tal o cual empresa se ha mandado a mudar a otro país tras acaparar mucha obra pública, como han hecho con Ferrovial.

Eso es un comentario taimado, pues una empresa gana un concurso público cuando es mejor que las demás, no cuando es amiga del Gobierno. Y además, no ayuda mucho a que alguien se anime a ser empresario, a crecer y a ganar dinero y, consecuentemente, a hacerlo ganar a los demás, porque de forma intuitiva parece que es el Estado quien hace crecer a las empresas, y eso no es así.

Mientras veamos a las empresas como enemigos, cuando son las que crean empleo, mercado y riqueza, mal vamos.

Mientras montemos una empresa y miremos al Estado como el gran benefactor que me puede hacer crecer, peor.

Eso nos convierte en cortesanos.

Y no en ciudadanos.

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