CONTRA LA LECTURA

La lectura es un verdadero ejercicio de introspección. Cuando lees, cuando te sumerges en una historia que te embarga (no la cuenta corriente, sino el ánimo, claro), normalmente desactivas determinadas conexiones exteriores, instrumentos de sensibilidad como el oído, el tacto, el olfato y el gusto. Sin embargo, dejas activada la vista, a través de la cual entran determinadas letras que dan vida a alguna historia que, de forma automática y sin planteártelo, evocas en tu mente. De tal modo, tu mente puede imaginar aromas, sonidos, roces, sabores… incluso paisajes que tal vez jamás hayas experimentado. Incluso puede ayudarte a evocar razonamientos, sentimientos o puntos de vista diferentes. Es la grandeza de la lectura, es su principal objetivo. Transportarte desde tu sofá, desde tu toalla en la playa, desde la silla en el café, desde donde quiera que estés, a la imaginación de alguien que ha pensado que, tal vez, pueda interesarte su fabulación. Miénteme, miénteme cuanto más mejor, pero miénteme bien, que yo me lo crea. Es el pacto tácito entre el escritor y el lector, como dijo en su día el gran Paul Auster. El lector saben que le mienten, y desea que sea así, pero quieres que te mientan de un modo que te permita volar a otros lugares, experimentar otras amistades, conocer otras realidades.

La lectura ha tenido enemigos formidables a través de la historia. El analfabetismo, la ignorancia, la exclusión social, la necesidad, el tiempo, la incomprensión, la utilidad… mal entendida.

Pero desde que el primer papiro fue concebido en el antiguo Egipto y alguien se atrevió a plasmar en él lo que quiera que fuera, los textos se convirtieron en objeto de deseo de ricos, de poderosos, de nobles y de reyes. Y tal y como cuenta Irene Vallejo en “El infinito en un junco”, estos fueron deseados, perseguidos, atesorados, clasificados, admirados y conservados como la fuente de poder más poderosa que había existido hasta entonces. La posesión de libros era la más valiosa de todas, la puesta a disposición de libros para el populacho, el ejercicio de generosidad más explícito que se había hecho hasta entonces.

Hoy, los libros observan un tanto sorprendidos a esta sociedad en la que viven. Hoy, la introspección, la anulación de sentidos para evocar historias en la mente de cada uno en silencio, en soledad, aliado con el tiempo, ha sido superada por nuevos enemigos verdaderamente formidables. La vacuidad, el exhibicionismo, el ego, la superficialidad, la hiperconectividad o la necesidad de exposición pública son algunos de ellos. Por supuesto siguen existiendo la exclusión social, el tiempo, la necesidad, la incomprensión y la utilidad… mal entendida.

La historia ha admirado la lectura, a los lectores y a los escritores a lo largo del tiempo, pero de forma simultánea se las ha arreglado para poner todas las zancadillas que uno pueda imaginar para evitar algo tan sencillo y tan sublime como la búsqueda de un sillón, de una toalla en la playa, de un rincón y de un tiempo que permitan la anulación de los sentidos del oído, del tacto, del gusto y del olfato, para sumergirnos en unas letras que luego, en nuestro cerebro, se transformen en personajes, lugares, comidas, paisajes y experiencias distintas, de esas que harán que crezcas, que aprendas, que pienses, que te caigas bien, que te haga sonreír, que te permita relativizar las cosas, que te ayude a desear buscar ese ratito para estar solo. O sola.

Pero los enemigos de la lectura acechan.

Y son más formidables que nunca.

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