CUÉNTAME UN CUENTO

En una reunión de dignatarios de la América de habla española, uno de ellos contó un chiste (que pueden ver en Youtube, por cierto), que dice así:

Llega un tipo a la casa a media mañana y tranca a la mujer echando un kiki con otro fulano en su cama. Las reacciones varían en función del pelaje del individuo. Si el tipo es un facha, saca la pistola y le pega un tiro a cada uno. Si es progresista, los deja terminar y luego se sienta con la mujer a ver qué les ha pasado como pareja. Si es comunista, se va a tirarle piedras a la embajada de Estados Unidos.

Por lo que se ha visto, añadiría yo que si es indigenista haría lo propio, pero con la embajada española.

Verán, intentar que un reloj, una bicicleta, una máquina de hacer pan, una fábrica de coches, un Ayuntamiento o un país funcionen bien es difícil. Es un cúmulo de detalles interminables que copan el tiempo y esfuerzo de muchos. Y muchas. La gente no sabe cómo funcionan las cosas, y todos los que hemos gestionado empresas sabemos que explicarlo es penoso, largo, tedioso, aburrido, pesado, poco interesante y poco “glamouroso”. De todas estas características, tal vez la más importante sea la última.

Por el contrario, un desaire a un jefe de Estado vistiendo un suéter de Sovhispan, un chándal con la bandera o un sombrero como una plaza de toros es algo que todo el mundo puede ver. Si luego el país no funciona, la culpa será de alguien, pero no de este, que es de los míos. Este hace lo que puede, pero la cosa es que los poderes foráneos son todopoderosos…

Es la gasolina que utiliza más de un presidente de la América de habla española en sus protestas, elevadas al grado de coartada, a tenor del modo en que hablan de su pasado virreinal como un mal del que aún no se han librado.

Como canario me hace pensar en el pasado de mi tierra.

Porque el quechua, el nauatl, el guaraní o el aimara, por ejemplo, son algunas de las lenguas de la América del sur de entre las más de 500 lenguas amerindias aún existentes en la zona. Hasta alguna cátedra creamos en alguna de esas lenguas, hace varios siglos.

A España la conquistó medio mundo. Fenicios, griegos, cartagineses, romanos, francos, godos, árabes… Los castellanos aprendieron a hostias, y cuando se impusieron vinieron a Canarias, vieron y arrasaron con todo, lengua guanche incluida, mataron a los guanches o los esclavizaron, los exportaron como mercancía, se hicieron con el territorio y ancha es Castilla. Y yo no veo por ni por España en general, ni por Canarias en particular, a nadie llorando por las esquinas como hacen estos presidentes mentados por una conquista de hace 500 años, como la de Canarias sin ir más lejos, y por haber dejado hace 200 años infraestructuras como carreteras, hospitales o sistemas de comercio establecidos.

Hoy somos todos aliados. Y hoy todos empleamos nuestro tiempo en ver cómo mejoramos, en lugar de buscar culpables por, por ejemplo, haber construido un palacio que aún se utiliza como sede del gobierno mexicano (Palacio Nacional), por haber iniciado el comercio con China, por haber creado la moneda más poderosa del planeta (el real de a 8), por haber puesto el saneamiento en Ciudad de México antes que lo pusiera Londres o por haber construido las universidades más antiguas de América.

El asunto es cansino, no por el prurito de español y de canario, que también, sino porque una vez criados los chiquillos, uno no puede con las mimoserías.

Lo de la conquista española en América fue de traca. En solo 50 años nuestros ancestros habían cubierto la superficie que iba desde Alaska hasta la Patagonia. Unos 20 millones de kilómetros cuadrados. Caminando y sin GPS. Y como tenemos la costumbre de llevar un cura y un notario a todos lados, el registro de personas de la península que fueron a América en los primeros 50 años de conquista ascendió a algo más de 47.000. Apuntado está, con nombres y todo. Es decir, la mitad de la gente que cabe en el estadio de Barcelona. Menuda conquista esa. Y no llevaban, que yo sepa, ni a Iron Man, ni a Thor ni a Hulk. Fulanos en cascarones de nuez, con armaduras, espadas y cañones en los barcos que difícilmente se pueden utilizar en la selva. ¿Cómo lo hicieron para cubrir semejante superficie? No hay que ser muy espabilado para darse cuenta de que los nativos no estaban tan en desacuerdo con lo que se establecía allí, excepciones consideradas, que las hubo, claro. En cualquier caso, es lo que hay.

Tal y como yo lo veo, en realidad la América española estuvo protegida del exterior 300 años, gracias a que a España se puso a ello. Por eso fracasaban las sucesivas intentonas de invasión por Caracas, por Buenos Aires, por Cartagena de Indias, en eventos que no es necesario nombrar. La Guerra del Asiento y esas cosas. Por eso vivieron en paz y sin guerras todo ese tiempo, y para un comerciante peruano no era difícil importar cosas de Italia o exportar a Filipinas o China. Apoyados por un comercio circular y por una moneda potente y estable, la zona progresó como jamás lo ha hecho en su historia pasada o posterior. Hasta Thomas Jefferson preguntó a Humbold cómo era posible semejante cosa. Ya ven. Puso a sus hijas a aprender español y todo. Todo por el quinto real, un 20% de lo que se extraía, que hoy parece de risa cuando ves la escala del IRPF.

La cosa es que nos echaron, y lo primero que sucedió es que México perdió el 52% de su territorio apenas nos fuimos, en su guerra con Estados Unidos. Qué decir de las Malvinas, o del modo en que cargaron de deudas a los nuevos países tras las guerras de la independencia, llenando los bolsillos de unos pocos, dando riquezas a países inesperados que hablaban otros idiomas y de paso arruinando a las generaciones venideras. Revisen los primeros préstamos otorgados por banqueros internacionales a las nuevas naciones para sufragar supuestos gastos de guerra y entenderán muchas cosas.

Eso no lo cuenta nadie.

Pero lo triste del asunto, porque lo demás es pasado, es que hoy todos perdemos una oportunidad de oro. En lugar de la queja gratuita hacia nadie, estamos tardando en desarrollar una colaboración entre lo que somos, países hermanos, porque el futuro está ahí. Y China y Estados Unidos se posicionan para ver quién será el “chico malo” del patio del colegio dentro de veinte años. Mientras, nosotros buscamos un carnet de identidad. Veinte años, bien aprovechados, es un tiempo más que suficiente para que metamos las cabras en el corral, desarrollemos una colaboración efectiva, mejoremos nuestras respectivas sociedades y crezcamos al ritmo que las condiciones nos permiten, que son muchas y muy variadas.

Pero mientras estemos discutiendo de tonto, tonto tú, tú más, pues ahora no como, pues ahora no respiro, otros vendrán, verán y conquistarán de nuevo y del mismo modo: despiadadamente. Entonces van a quejarse con motivo.

Así que menos cuento.

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