DE REVOLUCIONES Y DE CONTRATOS

Es verdaderamente notable cómo en los últimos tiempos se ha extendido la corriente de opinión según la cual es necesaria una regeneración total de la sociedad en la que vivimos. Se ha revisado la historia, también las relaciones interpersonales, se han visibilizado multitud de colectivos que durante décadas, tal vez siglos, han permanecido en el anonimato. Casi en la clandestinidad. Hemos experimentado cambios en nuestra sociedad relativos al lenguaje inclusivo y se han revisado los valores que imperaban en la sociedad hasta hace tan sólo pocos años.

No ha sido poca la gente que se resiste a dichos cambios, sobre la base de que todo es compatible y de que no es necesario destruir lo que funciona para que todo haya de ser redefinido. Incluso las propias tripas de nuestra bisoña democracia han sido puestas en tela de juicio, para lo cual han sido clave actuaciones moralmente reprochables relacionadas con la corrupción y con las malas prácticas personales, empresariales y políticas.

Esto ha propiciado el crecimiento de una nueva moralidad… tal vez ética sea un término más aceptado, que lucha con la tradicional y conservadora, poco amiga de la labor de centrifugado imperante. La juventud, inserta en una sociedad que no los considera, no tiene la sensación de que el futuro les pertenece como sí ocurría en la juventud de los que peinamos canas desde hace años. Tal vez esto sea correcto.

Lo cierto es que los principios están en revisión. Hoy en día no se sabe qué nos va a deparar el futuro, porque los trabajos han pasado a ser un bien no escaso, sino escasísimo, y en demasiados casos han pasado a ser la base de una precariedad que con frecuencia arrebata al trabajador el tiempo necesario para un desarrollo personal pleno. Trabajadores pobres, desconcertados, saturados de información y con un déficit de herramientas para gestionar la ingente cantidad de impulsos externos que la actual sociedad de la (des)información aporta.

Tener hijos resulta una entelequia para los jóvenes bien formados y que ven que su esfuerzo ha sido baldío ya no para formar un hogar propio, sino simplemente para poder alimentarse, vestirse y nutrir una cuota de ocio y ahorro mínimo en una vida que se considere propia de un país desarrollado. Todo ello en un planeta que se percibe agotado para aguantar el tirón de casi ocho mil millones de personas, y que está pidiendo tregua.

El choque de trenes se presenta como inevitable.

Por una parte, una corriente que entiende que esta es una sociedad en la que debe existir la libertad de opinión, empresa y movimientos frente a otra corriente que entiende que las formas actuales no han sido dictadas para ellos, y que se ven apeados del progreso, en el bien entendido de que éste consiste en la creación de las condiciones necesarias para un desarrollo personal dentro de lo razonable.

Rousseau tuvo la idea de definir la sociedad de su época como aquélla según el cual los individuos han de ser libres e iguales bajo el paraguas de un Estado instituido por lo que él denominó el contrato social. Según bastantes autores, Rousseau fue uno de los instigadores, tal vez fuera mejor decir inspiradores de la Revolución Francesa.

¿Estamos ante una Revolución similar ahora?

Hace poco, un amigo filósofo razonaba que en realidad todas las revoluciones han fracasado, pues no han conseguido sus objetivos. Han cambiado cosas para volver a donde mismo se estaba. El propio término lo indica. Una revolución es partir de un lugar, dar un giro y volver al lugar de partida.

Tal vez sea cierto, tal vez todas las revoluciones hayan fracasado, pues es posible que hayan cambiado los actores, pero las sociedades hayan seguido siendo las mismas, con sus mismos problemas.

Tal vez con una excepción: la revolución industrial.

La revolución industrial supuso un cambio fundamental en nuestras sociedades, pues estableció una nueva capa sobre lo que había, sin tocar lo que había, y en la cual la meritocracia pasaba a ocupar un lugar que nunca había tenido. En poco tiempo, se desarrollaron profesiones, actividades industriales y de servicios que a su vez crearon nuevas capas de crecimiento en diversas etapas, pero que ahora llega a su fin.

¿Es necesaria una nueva revolución?

Si así fuera, ¿de qué tipo?

No lo sé.

Pero sí intuyo que, para que esta sea efectiva y duradera, ha que ofrecer a todo el mundo igualdad de oportunidades y ha de traer desarrollo y crecimiento a las sociedades sobre la base de la sostenibilidad.

¿Es lo que estamos creando?

¿Sabemos realmente lo que queremos?

¿Qué queremos, en realidad?

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