DEBERÍAMOS…

Claro que sí. Deberíamos pedir perdón. Todos. SM el Rey de España, y ya puestos, su esposa, que pasaba por allí. Y los eméritos. También, por supuesto, SAR la princesa Leonor, y también la infanta, qué caray. Y el Presidente del Gobierno de España, por supuesto, y el Ministro de Exteriores, y el jefe de la oposición, y la Presidenta del Parlamento, y por ahí pabajo todo el mundo hasta el bedel. También el que regenta el bar del Parlamento. No me olvido de que también debería pedir perdón el Real Madrid, por ganar tantas Champions, y el Huelva C.F, por ser el primer equipo de fútbol de España. Y la RAE, y el Instituto Cervantes. Y el mismo Cervantes a título póstumo, que se dio de hostias con los turcos en Lepanto para ganar una guerra gracias a la cual Europa es hoy Europa. Y el Alcorcón C.F., y el Club de Petanca de El Tanque, no sé…

Deberíamos todos pedir perdón por la conquista de América, y de este modo resarcir el daño infligido a los pobres nativos americanos.

Pero, centrando el razonamiento, no deberíamos pedir disculpas por las reivindicaciones de personas como el presidente de México, el de Perú o el Papa. Deberíamos hacerlo para que, de ese modo, se pueda terminar con la coartada de los malos gobernantes que tienen a una tierra extensa, rica y variada, sumida en la más absoluta indiferencia planetaria.

No hay derecho a que, habiendo sido México, y en particular Ciudad de México, o Perú, y Lima particularmente, las ciudades más ricas del planeta, hoy languidezcan miserablemente por mor de la actuación penosa de unos cuantos mediocres instalados en el poder sobre la base de discursos casposos, pasados de moda, alejados de la realidad pero, sobre todo, muy poco prácticos.

Piensen en ello. Si pidiésemos disculpas todos, y cuando digo todos digo todos, cuando algo vaya mal en esos países hermanos, ya no podrán decir eso de “es que la culpa es de España, que no han pedido disculpas por la conquista”. Pedimos disculpas y a otra cosa. De ese modo, esos politiquillos, personajes aupados sobre las vanas esperanzas de tanta gente, dejarían de tener una coartada para su mediocre actuación.

Es bastante lamentable comprobar que México, por ejemplo, con más de 120 millones de almas, con orillas en dos océanos, volcada sobre Europa y Asia, vecina del país que le quitó el 52% de su superficie tras marchar los españoles, tuvo un PIB per cápita de 7.300 €, contra el de España que fue de 23.690€. Que gasta en salud un tercio de lo que gasta España, que está en el puesto 132 en el índice de corrupción o que está en el puesto 140 del índice de paz global. Todo eso es, claramente, culpa de la conquista, que terminó hace doscientos años.

No ha sido óbice el colonialismo británico para que Estados Unidos, que inicialmente tenía menos territorio, recursos naturales o formación, pase a ser el primer país por producción del planeta, una vez se sacudieron la pulga de Albión. Pero sorpresivamente, México pasó de ser el país más avanzado y poderoso del planeta a un lugar en el que todo está por hacer pero que, siendo prácticos, es mejor no hacer porque es mú cansao, quillo, teniendo a los españoles ahí para echarles las culpas de que el sol salga por el este.

Abro paréntesis para preguntar: ¿Conquista? No me hagas reír. Conquista la de Canarias, en la que los españoles invirtieron casi un siglo de peleas a muerte contra los guanches, que los masacraron, esclavizaron, vendieron y maltrataron hasta que Canarias fue castellana. Eso fue una conquista. Siete peñascos (ocho ahora), siete cachos de volcán en medio del océnano, en guerra durante un siglo al flechazo, mandoble, pedrada y palo limpio para conquistar un territorio que no quería ser conquistado. Eso es una conquista, y no lo de América, que en 50 años unos 40.000 fulanos ocuparon la superficie que media entre Alaska y la Patagonia. Es decir, la mitad de los tipos que caben en el estadio del Barcelona ocuparon todo ese espacio. ¿Eso es una conquista?

Mejor háganselo mirar.

Abusos los hubo, por supuesto. Pero hablamos del siglo XVI, compadre. Si quieren les hago un resumen de cómo suevos, vándalos, alanos, fenicios, cartagineses, romanos, árabes y suma y sigue, entraron por la península ibérica durante siglos para picar menudo todo lo que se encontraron por delante.

Sea como sea, no son estos políticos de medio pelo los que pagan las consecuencias de que nosotros no reconozcamos la culpa por la susodicha conquista (y perdona que me descojone con el concepto), sino los pobres ciudadanos, que me merecen el mayor de mis respetos y consideración, que ven cómo sus problemas no son abordados convenientemente hasta que nosotros, españoles culpables de todos los males del planeta, reconozcamos que en nosotros está el pecado original. En nadie más. Los males de Italia, con el comienzo de la Leyenda Negra, a pesar de que llamaban a los españoles para que se dieran de tortas con los turcos cuando asediaban sus costas, los males de Alemania, cuando Lutero, gran servidor de grandes y poderosos señores echaba pestes de todo lo español, los males de Francia, por estar España en manos de los Habsburgo, sus enemigos acérrimos en toda Europa, los males de Holanda, que Guillermo de Orange centraba en los españoles, los males de Inglaterra, que tiene para varios libros, y ahora los males de la América de habla española, por haber puesto una protección sobre dicho territorio, 20 millones de kilómetros cuadrados, durante trescientos años para convertirla en la zona más boyante del planeta, son todo todito culpa nuestra. A pesar de que el rey de España sea un borbón. O sea, que no es descendiente de un Habsburgo como Felipe II, como se podría pensar. Fue la reina Isabel I de Casilla la que inició el salto a América. Y era una Trastámara, cojones.

Da igual. Pidamos perdón por ser tan malos malísimos que recibimos anualmente casi 85 millones de turistas (casi el doble de nuestra población) que vienen a buscar en nuestra tierra tranquilidad, paisajes, diversión, comida y algo de la comprensión que no encuentran en sus propios países.

Deberíamos pedir perdón de una puta vez. Total, qué más da.

Y pasemos a otra cosa, que el asunto aburre hasta a las ovejas.

 

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