DIOS Y EL WHISKY

Cuenta la leyenda que varios oficiales aliados, vencedores en la II Guerra Mundial, tomaban una copa juntos en Francia tras la contienda cuando el representante francés dijo, un tanto enojado.

–No sé qué hacemos hablando en inglés, si estamos en Francia.

A lo cual el americano contestó.

–Tal vez porque si no estuviéramos aquí estaría usted hablando alemán.

Si uno separa la paja del grano, enseguida se ve claro que, ante un problema, lo mejor es buscar una solución, en lugar de hablar de ella. En dicha guerra, que acabó con la vida de unos 60 millones de personas (ahí es nada), la solución resultaron ser barcos, aviones, bombas, soldados, metralletas, bota en tierra y dispara a todo lo que se mueva. Luego vinieron las componendas para arreglar el desaguisado que había quedado. Tal vez Dresde sea el paradigma, que terminó como un solar.

Americanos y los británicos fueron los ganadores morales de la guerra, junto con los franceses, que como dice un amigo no gana ninguna guerra pero sale bien de todas. Gran Bretaña tuvo unas 450.000 víctimas, Estados Unidos unas 500.000 y Francia 800.000. Pero siempre nos olvidamos de los rusos. Sin ellos, seguramente el ataque aliado no habría sido tan efectivo.

Dicen algunas fuentes que pusieron 29 millones de muertos entre civiles y militares.

Lo que ocurrió fue que, luego de la guerra, los rusos nos contaron el cuento del comunismo y nadie lo compró. Tanto fue así que el muro de Berlín terminó derribado a mandarriazos por una multitud hasta las narices.

Pero la narrativa de británicos y americanos la compramos todos. Pelis incluidas.

Sin embargo, no aprendimos nada.

Hoy estamos en guerra de nuevo, pero contra un virus. Y las cifras me recuerdan a lo que les he contado de la Guerra Mundial.

En Reino Unido el 42% de la población ha sido vacunada. En Estados Unidos, el 26%. En Israel el 57%.

En Alemania el 9%, en Francia el 9%, en Italia el 9%, en Suecia el 9%, en Bélgica el 8%, en Dinamarca el 11%.

En España el 9%.

Y estamos todos confinados. Otra vez.

Del mismo modo que en la última guerra no fuimos capaces de resolver nuestros propios problemas continentales, da la impresión de que en esta tampoco. Confinamiento va, toque de queda viene, multa que te pego, cierres perimetrales, que si PCR, que si de copas a España no, que si sí, que si test de antígenos, que si tumba, que si dale.

Ya pasó algo parecido en la crisis financiera de 2008, en la que estuvimos tocando el violón durante los años en los que Estados Unidos se dedicó a imprimir dinero y a repartirlo a diestro y siniestro para pagar tranques y generar confianza de nuevo. Mientras ello ocurría, Europa se convertía en el patio de juegos de la city londinense, que se pusieron cortos en Europa y se forraron a ganar pasta durante los años en los que, además de perderlo todo, encima nos llamaban PIIGS.

Nosotros hoy, que no aprendemos a leer el partido, seguimos cazando saltamontes.

Con esta tendencia tan marcada que tenemos de democratizar hasta la circulación por los pasos de peatones, nos empeñamos en leer los eventos que suceden en clave nacional. O autonómica. O provincial. Qué coño, municipal. Y no nos damos cuenta de que mientras algunos países ponen la pasta, los laboratorios, la logística y lo que haga falta para recuperar a la sociedad, para transmitir confianza y poner las cosas a funcionar, en Europa discutimos por si me das tanto dinero, o cuánto, o más pronto, o más tarde. Que si eres de derechas, que si de izquierdas. No, de ultraderecha. No de ultraizquierda. Que si tonto. Que si tú más.

Mientras, otros sacuden a sus científicos, dan mercados a sus farmacéuticas, generan vacunas, vacunan, se recuperan y recuperan a sus sociedades, que son quienes al final pagan la cuenta.

¿Dónde está la I+D europea?

Porque hasta donde yo sé, Pfizer es de Black Rock (entre otros), Moderna es también americana y AstraZeneca es sueca y británica.

Nuestros investigadores son buenísimos, tanto los españoles (miren lo que está haciendo Luis Enjuanes, por ejemplo), como alemanes, franceses, italianos y demás. ¿Es un problema de pasta? Porque si es así, no lo entiendo. Tenemos un BCE. Que imprima pasta, que pague lo que haya que pagar, que se saque la vacuna, que se fabrique en cantidades industriales. Tenemos en Europa un sistema de salud que permite vacunar a toda la población en tiempo récord si les dan las vacunas. Que se las den, que nos vacunen.

Y que nos devuelvan nuestras vidas.

Pero esta Unión Europea de líderes pálidos y agotados es decepcionante, porque no hay nadie que de un puñetazo sobre la mesa y grite “envido” cuando hay que hacerlo. En lugar de ello, nos tienen… o nos mantienen, acojonados. Con limitaciones de movimientos, con amenazas, con incertidumbres, con noticias de que las vacunas se venden fuera, o no, o sirven, o no, o te vacuno mañana. O no.

A veces da la impresión de que Dios quiere vernos en el caos. O tal vez el caos seamos nosotros. Da igual. Cuando el caos lo invade todo es bueno parar, servirse un whisky y tomarlo tranquilamente. Coger aire y luego mirar alrededor. Hacernos conscientes de la magnitud del problema.

Eso está bien.

Pero después hay que remangarse. Coger la metralleta, saltar la trinchera con el cuchillo en la boca e ir a por todas.

Lo demás son cáscaras de lapas.

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