EL RODILLO

Según mi experiencia, que no es más que eso, mi experiencia, el norteamericano es un pueblo amable, abierto y cariñoso. Muy curioso. O sea, que tienen curiosidad por todo. Todo les interesa, todo lo preguntan, no tienen conflicto alguno en decir “no sé nada de esto”, o “explícame tal cosa”. Son hospitalarios, y te incluyen en su vida con una facilidad pasmosa. Te hacen sentir como en casa. Dicen lo bueno de los demás, lo aplauden y lo admiran. Apoyan a quien tiene algún tipo de talento, el que sea. Permanecen en tu vida toda tu vida. Son buena gente, la verdad sea dicha.

Pero la construcción nacional es la construcción nacional.

Recuerdo que, allá por el siglo pasado, mi profesor de Recent American History hablaba de la II Guerra Mundial y de cómo el siglo XX fue una sucesión de éxitos norteamericanos en todos los frentes, económico, social y político. Hasta de Vietnam sacaban enseñanzas útiles. En otra asignatura, Modern Governments, el profe nos explicaba las diferencias entre el ejército norteamericano y el soviético, por aquel entonces el enemigo a batir. Hoy batido, mal que le pese a Putin. Por su parte, el profesor de American History, nos hablaba con naturalidad de cómo los españoles matamos de forma indiscriminada a los nativos en California, tal y como explicó Fray Bartolomé de las Casas en su Brevísima… mejor diríamos extensísima mentira. Aquello me llamó mucho la atención, porque estábamos en un condado llamado Shawnee, nombre indio que significaba “huerta de papas”. No vi huertas de papas, y desde luego no vi ningún indio. Y estuve un año entero.

Bueno, pero el discurso es el discurso.

Enemigos externos, británicos para la independencia, españoles y mexicanos para la expansión, nazis, coreanos del norte, vietnamitas, rusos, integristas islámicos… La tarea hecha en casa y el sano ejercicio de medirnos el tolete permanentemente con los demás. Las epístolas, a fuego desde el mismo instituto. Los colegas y yo (mira tú, 17 añitos), esperando a que acabaran aquellos bodrios para salir a jugar a algo en alguna cancha. Pero los mensajes se van enviando. Van calando.

Críticas sí, que al fin y al cabo son “the land of the free”, pero en casa. Ellos hacen sus propias pelis de autocrítica, nos las venden y purgan sus pecados aventándolos a los cuatro vientos. Pero cuando se llama a la gente a colocarse alrededor de la bandera, a pesar de que haya polarización, diferencias importantes con el presidente de turno… lo que sea, allí estarán todos. Y todas.

Pues bien, ahí va mi apuesta.

Sacarán el rodillo. Es decir, Trump acabará convenciendo a la Fed para que impriman 2,5 ó 3 billones de dólares. Entre el 12 y el 15% de su PIB. No les dolerá mucho, ya que el dólar figura (aún) en el 88% de las transacciones planetarias y conforman el 61% de las reservas de dinero mundial. El cómo lo han hecho es asunto para otro artículo, pero lo cierto es que siempre habrá quien quiera atesorar billetes verdes (ellos mismos, por lo pronto).

Repartirán comida, y plata, habilitarán albergues, y los servicios médicos harán lo máximo que les permita su particular sistema de salud. Alguna estrella de rock, o de pop, compondrá una canción emotiva, que cantarán entre los más selectos desde sus casas. Todos nos la aprenderemos, nos sacará la lágrima (the saints are coming…), y los beneficios irán para la causa.

Mientras luchan contra el bicho, la economía crecerá a ralentí. Una vez vencido, esta se disparará. El crecimiento absorberá esa nueva deuda generada hasta una cifra que, puesta en relación con el PIB, sea algo razonable.

Conservarán la triple A.

Los sanitarios, la policía y el ejército serán héroes nacionales. Los fallecidos, mártires a los que se honrará debidamente.

Seguirán siendo la primera potencia del planeta (están hoy a más de 6 billones de PIB del segundo). Saldrán del lío.

Y después irán a por China.

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