EL ARROYO

Asomado al pequeño cauce que baja mansamente desde el monte, pienso acerca de qué le preguntaría a una gota del pequeño manantial si pudiera hablar con ella. Probablemente querría saber cómo ha llegado hasta allí. Tal vez sea fruto de la condensación de la humedad en forma de rocío, tal vez su origen estuviese en las mismas nubes, desde donde se ha precipitado para seguir el camino subterráneo de otras muchas gotas a través de una galería de agua. Tal vez provenga de un glaciar que, llegada la primavera, decide cambiarse de indumentaria. Más ligera, más acorde a los tiempos. Y al tiempo. Me fascina el peregrinaje de algo tan insignificante como una simple gota de agua, de su enriquecimiento mediante minerales que encuentra por el camino, que la hacen susceptible de fertilizar cualquier pedazo de tierra, de alimentar a cualquier planta, de saciar las sed de cualquier ser vivo. Algo tan aparentemente frágil ha recorrido un trayecto del que seguramente no seamos conscientes, para llegar ante mí en forma de chorrito de agua que con su sonido balsámico discurre pacientemente arroyo abajo hasta algún sitio. Con algún destino.

Pero si fuese al revés, es decir, si yo pudiese hablar con la gota de agua, seguramente ésta no se interesaría acerca de su origen, sino precisamente por ese destino incierto. El interrogante para ella sería ése. ¿Qué va a ser de mí? ¿Alimentaré alguna planta bella, algún árbol que produzca frutos? ¿Me remansaré en un lago para permitir que la vida brote en él? ¿Terminaré en el mar? ¿Tal vez en una botella de agua?

Seguramente a la gota de agua no le gustará que el riachuelo pare su marcha, pues la inmovilidad hará que las inclemencias del tiempo hagan su trabajo, y de ese modo termine oxidándose y perdiendo sus valiosas propiedades, dando al traste con su ánimo enriquecedor en un proceso de evaporación sin remedio.

A diario observo a los pibes que suben de La Laguna o que bajan de Las Canteras, que a su vez me miran desde la profundidad de una piel de un oscuro tan intenso que llega a brillar con luz propia, y no puedo evitar preguntarme acerca de su historia. De sus respectivas historias. A mí me gustaría saber de sus orígenes, de su periplo, de cómo han hecho para terminar en mi barrio, junto con otros compañeros como ellos. No creo que me entendieran.

Dicen los que saben (no es mi caso) que la historia de la humanidad es la de sus migraciones. También nos explican que la migraciones tienen siempre un disparador previo, bien sea la guerra, los cambios climáticos o la miseria.

Sospecho que estos muchachos tendrían poco interés en contarnos su pasado, pues es su futuro el que les preocupa. Son depositarios de la esperanza propia, y en más de un caso seguramente también de la de sus familiares.

Quienes saben de esto nos cuentan que para emigrar hay que tener algo de dinero que permita pagar el viaje. Es chocante, pero parece que el despegue económico puede ser también un disparador de las migraciones.

En su día Teseo planteó la paradoja de reemplazo. Se preguntaba si a un objeto se le reemplazan todas las partes, éste seguía siendo el mismo. Igualmente, Heráclito afirmaba que ningún hombre puede cruzar el mismo río dos veces, porque ni el hombre ni el agua serán los mismos. Plutarco se hacía la misma pregunta respecto del barco que regresó de Creta y se conservó mediante la retirada de las maderas estropeadas y su sustitución con otras nuevas, hasta que las antiguas desaparecían por completo. ¿Sería el mismo barco?

Tal vez el arroyo nunca sea el mismo, a pesar de que siempre lo observemos desde la misma orilla, pues las gotas que lo integran pasan hacia su destino final, que a saber cuál es. La curiosidad del observador por la historia de cada gota quedará en barbecho. Y seguramente cada gota no piense en otra cosa que no sea su propio destino.

Tal vez el problema sea siempre el mismo, aunque los actores y observadores vayamos cambiando cada cierto tiempo.

Mientras tanto, las historias no se cuentan. El río, que siempre es el mismo, discurre ante este observador que se ve invadido por la sensación de impotencia. Por el futuro de las gotas que lo integran, portadores de historias que no interesan a nadie. Sujetos de destinos que se ventilan a miles de kilómetros de aquí por personas que seguramente nunca habrán observado el cauce desde la orilla.

Que es posible no se hayan preguntado por los orígenes.

Que es posible no sepan qué hacer con tantos destinos.

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