EL ESTADO CAMBADO…

Últimamente estoy bastante impresionado con la deriva que está tomando la vida pública española. En concreto, las mentiras esgrimidas como argumento que están poblando los titulares de los diarios, repetidas hasta la saciedad, redefinen el propio concepto de mentir.

La mentira al ciudadano es la moneda de cambio habitual con la que diariamente nos levantamos. La cuestión es que uno, que tiene una educación de otra época, se sorprende. Pero lo cierto es que, tras la mentira arrojada al criterio público, si preguntas a algún votante progresista, la respuesta no se deja esperar: “Cualquier cosa con tal de que la derecha no entre en el poder”.

Po fale.

Es decir, no se acepta la mentira por principio, por supuesto. Pero en caso de que la mentira la perpetre alguien progresista, vale. Porque una mentira de un progresista es mejor que la verdad sostenida por alguien que no lo sea. Se viste como cambio de opinión y arreando.

Esta fórmula, más sencilla que el mecanismo de un botijo, está resultando tremendamente rentable. Yo digo que el sol es amarillo entre vítores de la multitud. Mañana digo que es, no sé, azul, verde, o morado, da igual, y mis acólitos dicen que vale, que qué más da el color, que lo importante es que lo diga quien lo tiene que decir, que ha de ser progresista. Fin del asunto.

Con estos mimbres, los que mandan suben a la red a rematar de volea todas las pelotas. Y van a la UE, como presidente de turno, ojo, no como partido socialista, y afea al democristiano alemán… pues el hecho de ser alemán. Tócate las narices. Afea a todo el mundo cualquier cosa que no suponga un alineamiento con el nuevo régimen, y no duda. Tiene el apoyo de todos los que afirman que el sol es… ¿de qué color? ¿Era azul? Pues azul mismo.

Yo siempre pensé que con la transición a la democracia habíamos desterrado para siempre la estigmatización de la peña en función de muchas cosas: Creencias, credos, ideologías, razas, clases sociales, equipo de fútbol… y esas cosas. Pero no. Es fue durante un tiempo. Ahora no. Ahora puedes pensar como quieras, puedes ser lo que quieras, puedes amar a quien quieras, puedes hacer lo que quieras… siempre que votes progresista.

Si no, al paredón.

Me da que pensar que esto que está ocurriendo, y que sigue un guion perfectamente milimetrado, publicación de libros incluido, está orquestado, y tiene alguna finalidad que, por supuesto, desconozco. No sé cual es el fin deseado. No sé cuál es, pero sí sé que no es una tarea al azar, pues los jueces, los fiscales, la oposición, los impuestos, las subvenciones, las normas, la liberación de presos, la amnistía selectiva, el desmembramiento sistemático el Estado de Derecho, el adormecimiento de las masas, la manipulación de los medios, el seguimiento férreo de los acólitos, la censura, la ocupación de todo el espacio público, las argumentaciones infantiles, el llamado de un pasado superado, la evitación de la verdad, los giros en las preguntas, la manipulación de los hechos… todo eso, pues no sé, pero no me parece una casualidad.

La conclusión a la que este escritor llega es lamentable.

Nuestro Estado de Derecho está contra las cuerdas.

Muchos se desgañitan diciéndolo.

Pero a nadie parece importarle.

Pues a mí sí que me importa, compadre. O comadre.

A mí me importa.

Yo quiero mi Estado de Derecho.

Que me lo devuelvan.

 

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