EL SER. Y EL ESTAR…

Como uno se ha criado en el campo y además tiene algunos años, recuerdo que de chico la gente no decía que fulano o fulana “está” casado. O casada. O soltero. O soltera. Los viejos decían “es” casado. O bien “es” soltera. Es decir, al adjetivo le conferían una suerte de capacidad sustantiva que forzaba un imperceptible cambio en determinadas explicaciones.
–Fulano estuvo hablando por lo menos una hora con fulana en la boda de tu sobrina.
–Pues ella es casada.
–Ajáaa, y él también es casado…
–Jummm
–Jummm digo yo…
Es decir, cuando una persona se casaba, de repente adquiría una nueva condición, como ser alto, barrigudo, patizambo o bizco. Son estas connotaciones intrínsecas a cada individuo, indisociables e indisolubles que, como se ve, si bien en su mayoría originarias, algunas pueden ser derivativas.
De acuerdo con esta tesis, el acto de casarse con frecuencia forzaba el pasar a “ser” casado. No a “estar” casado. Eso hoy, afortunadamente, ha cambiado.
Caso contrario ocurre con determinados estados de la persona, que pueden ser adquiridos de forma voluntaria o involuntaria.
Por ejemplo, es conveniente distinguir entre la expresión “tú eres tonto” de la otra “tú estás tonto”, frase convenientemente utilizada por muchos progenitores cuando el retoño dice una tontería. Decía Forrest Gump que “tonto es el que dice tonterías”. Pero no podemos obviar que alguien que no sea tonto, de modo recurrente diga una tontería y adquiera la condición evocada con carácter temporal y, por tanto, reversible. Normalmente con alguna finalidad igual de tonta.
Eso me hace pensar que, aunque uno tiene su tino, cuando escribe una pollabobada como esta que usted, lector o lectora, está leyendo en estos momentos, no pueda evitar formularse si la condición adquirida es originaria. O derivativa.
Aunque siempre agradezco todas las apreciaciones, casi mejor que en esta ocasión no contesten…
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