ESTOICISMO

Irán y Estados Unidos hoy han demostrado que es mejor dirimir las diferencias de cualquier tipo dando patadas a un trozo de cuero hinchado por aire. Finalmente ganaron los americanos, que cualquier año de estos se colocarán en lo más alto del fúrgol mundial merced a sus medios casi ilimitados y al crecimiento imparable del deporte rey en su tierra. No hay nada, nada en el mundo, capaz de reunir a la peña en una grada para animar a los equipos del terruño, da igual que sea bailando samba, como hacen los brasileños, o rezando a los espíritus, como han hecho algunos de los seguidores de Ghana o Senegal, por ejemplo. Un ejemplo más de que, en el fondo, somos niños que vibramos con el hecho de que un chiquillo meta un balón en una portería. Un recordatorio de cuál es nuestra esencia. De cuál es la materia de la que estamos hechos. Seres que deambulamos por este mundo anhelando momentos estelares que se pueden materializar en que otros den patadas a un trozo de cuero inflado.

Si hiciéramos más caso de esos deportistas, y de su capacidad para mantener a todo el planeta en tensión esperando a que la puñetera pelota haga lo que todos queremos, otro gallo nos cantaría. Porque en las gradas, todos somos iguales. Personas que tienen una vida, unos desvelos, unos deseos, pero que somos capaces de aparcarlos durante un rato para ver a nuestro equipo batirse el cobre con cualquier otro.

Entiéndame bien. Es posible que a usted no le guste el fútbol, y está bien, por supuesto. Sin embargo, la polémica inicial con la celebración del mundial en un país que brilla por sus carencias en materia de libertades, de seguridad jurídica, de igualdad y de lo que usted quiera, ha quedado totalmente anulada, cancelada, que se dice con la dialéctica moderna, por las evoluciones sobre el césped de un montón de chiquillos que se afanan por dar ese pase, ese remate, ese salto de cabeza, ese centro medido.

Pasaré a la Historia, dijo el político hoy, por hacer que los restos del dictador salgan del valle de los caídos. No digo que no. Pero no se puede vivir para la Historia. La Historia tiene vida propia, y muchos poderosos han sido tratados por dicha Historia sin piedad, del mismo modo que la misma Historia ha rescatado momentos estelares de la humanidad cuando no había redes sociales, ni televisión, ni diarios, ni siquiera demasiados historiadores.

Hoy se me ocurre pensar en cuando Sócrates decidió voluntariamente ingerir cicuta para acabar con su vida, públicamente y ante una serie de acusaciones que hoy son consideradas disparatadas. Cuando tantos y tantos hicieron gala de su estoicismo para mantenerse firmes, en pie contra la ignominia, contra la mentira, contra lo establecido. No hubieran pensado que la Historia se fijaría en ellos, y finalmente se han convertido en los ejemplos que informan nuestro modo de vida.

El estoicismo, la resistencia frente a lo imparable, se erige hoy como un faro en la noche de los desheredados, de los huérfanos de medios y de comprensión, para establecer un futuro inexistente que, tal vez, algún día sea invocado por otros.

Porque, más allá de la algarabía mundana, quiérase decir por ello la permanente piromanía política, existen los principios, la honradez y la lucha por lo que se considera justo.

Y eso… eso no es patrimonio de nadie. Todos tenemos derechos a formar parte de esa lucha.

Suerte a España en su partido contra Japón.

Y suerte a los estoicos, que desafían cualquier revés con el único poder de sus propias convicciones.

No Comments

Post a Comment