FIMUCITÉ y las estrellas…

Lo bueno de llevar la mascarilla es que acabas con la boca abierta como un bobo y nadie se da cuenta.

A pesar de haberse fracturado un dedo del pie, Esther Ovejero no dejó nada para el día siguiente en el repertorio de Cotton Club Diva, en el Teatro Leal de La Laguna, repasando temas como Los Fabulosos Baker Boys, Desayuno con Diamantes, Sabrina y sus Amores o Café Society. Una actuación que haría palidecer al famoso local de Harlem que rompió moldes hace ahora un siglo, e inspiró la famosa película protagonizada por Richard Gere y Diane Lane. Nuestra diva emuló a Aretha Franklyn o Dionne Warwick con la displicencia de quien se toma un café en el bar de la esquina. Muy grande Ovejero. Ella sola se echa a la pela un teatro con esa sonrisa traviesa que la define, y que te deja el cuerpo pidiendo más.

Pero es que hubo más.

Al día siguiente, la Pop Culture Band dejó en el Guimerá un recuerdo imborrable a los afortunados 194 asistentes que, en condiciones normales, hubiésemos pasado largamente de 700. Cosas del bicho. Algunos temas de películas de Scorsese como Be My Baby (The Ronettes), Daniel (Elton John), The Shoop Shoop Song (Betty Everett) o Go Your Own Way (Fleetwood Mac) pusieron a prueba un instrumental y unas voces que compitieron en excelencia para acabar en tablas. Pero fue Layla, el tema de Derek and the Dominos, el que me dejó pegado a la silla. Los acordes de Eric Clapton, capaces de convertir en algo sublime y salvaje la obsesión por la mujer de tu mejor amigo, en esta ocasión fueron ejecutados con una fuerza inédita.

Una semana más tarde, regreso asombrado del convento de Santo Domingo, de nuevo en La Laguna, donde el Coro Polifónico de la Universidad visitó a Los Chicos del Coro (Vois sur ton chemin), viajó al pasado de Outlander, con el céltico The Skye Boat Song, penetró la selva con Gabriel´s Oboe de Morricone en la inolvidable La Misión o bordó el Halleluyah empleado en Shrek o Watchmen. Un magnífico catálogo de obras de arte desplegado en un entorno centenario que se mantiene en plena forma, para finalizar con esa música de Disney que nos recuerda que si pides un deseo a una estrella, tus sueños se convertirán en realidad.

Nosotros tenemos la estrella aquí mismo, en casa.

Y hoy agarró la batuta… tal vez la varita mágica.

La orquesta sinfónica de Tenerife ya es una vieja conocida. Son ese elenco de maestros que se esforzaron como nunca para superarse como siempre. Pero es que hoy daba la impresión de que, además, se lo pasaban bomba.

Tal vez esa varita mágica, ese humilde trocito de madera pulida utilizado por el director, ha sido la clave para coordinar instrumentos que en esencia no han variado en los últimos siglos como violín, flauta, arpa o piano… con otros electrónicos de última generación, en una comunión de personas y tecnología audiovisual datada de diferentes siglos. El resultado fue que La Casa de Papel se mostró ante nosotros con una fidelidad pasmosa.

“Somos la resistencia”, dijo el hechicero Diego Navarro, resuelto a enfrentarse a lo que sea. Pandemia, crisis mundial, da igual.

¿La resistencia?

Fimucité es mucho más que eso.

Es la ambición de subir a meter goles con cinco delanteros. La complicidad ganada a pulso con el público, el guiño cómplice que rindió a las autoridades. El abrazo a todas las edades que viven en nosotros. Es terminar el contrataques con una canasta de tres puntos, la sonrisa del cinco de oros cuando alguien canta “chico fuera”. Es el tesón irreverente, la rebeldía con causa. La pericia que desborda los sentidos. Son los ojos del planeta posados sobre la batuta del barrio de al lado. Es la indomable excelencia, puro arte enfrentando al contrarío. Son las cicatrices de un auditorio herido, cuyo corazón bombea la materia que conforma el espíritu comunitario. Es la vibración que estremece, la chispa que inspira lo mejor de todos nosotros.

Aventureros, que hace años decidieron enseñarnos de qué están hechas las estrellas.

No pestañees, o te lo pierdes.

Larga vida a Fimucité.

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