GUACHI… QUÉ?

Corría el año de Nuestro Señor de… de vete tú a saber. De alguna década del siglo pasado. Uno era nuevo, como el vino que trasegábamos. Íbamos a buscarlo donde fuera, pero siempre cuesta arriba. Normalmente después de que alguno dijera que había descubierto un sitio nuevo en lo alto de La Matanza, Santa Úrsula, Tacoronte o La Victoria. Para allá que íbamos, coches petados, en segunda, a veces había que meter la primera, cuesta arriba en busca del garito. Algunos incluso estaban hasta enfoscados por fuera. Pero la mayoría eran cuartitos de autoconstrucción, bloque visto y con puerta de garaje, muchos de ellos con suelo de tierra. Las mesas, invariablemente carretes de teléfonos, perfectos para un envite de 8. Porque el envite solía ser de 8. El menú… no muy variado que digamos. Carnecabra, medio pollo, bisté o chuleta, carnefiesta y con suerte ropa vieja. No apto para vegetarianos, a menos que quisieras limitarte al tomate cortado que ponían para dar color a la cosa. Una vez nos ofrecieron endivias con queso azul y al tipo casi no lo echamos a patadas de allí. Las papas fritas eran habituales, y las anécdotas también. Un día que nos sacaron una bandeja de carne a la brasa y les dijimos que trajera papas fritas para acompañar. La señora, secándose las manos en el delantal, fue tajante.

–Ay mijo, estoy derrengada, así que si quieres papas te las fríes tú mismo.

Entramos dos a la cocina, pelamos y picamos las papas, nos las freímos y santas pascuas.

La vuelta, tras tres partidos a cara de perro y con la madrugada campando a sus anchas, solía ser cómica. A cuarenta por hora, en los cacharros que conducíamos entonces y en un estado que hoy infringiría unos cuantos preceptos legales, llegábamos sanos a casa porque Dios existe.

Un día, en un cruce, al nota que conducía (alguien habrá leyendo esto que puede atestiguarlo), se le trabó el pie en el embrague y el coche hizo una especie de pof pof, de esos que indica que el gas no llega donde debe llegar, y se le cala el coche, que se queda en medio del cruce con otros dos coches pitando por los lados entre el descojone generalizado.

El análisis de la situación por parte del conductor fue memorable.

–Menos mal que somos unos hijoputas, porque si somos padres de familia nos matamos aquí mismo.

Las risas arreciaron, forzando que un tipo de uno de los coches atascados se bajara a ver qué carajo ocurría allí.

Fueron bastantes salidas, bastantes partidas de envite y bastantes litros los que despachamos en esa época.

Pero una cosa les digo:

De todos los guachinches que visitamos, ninguno de ellos, repito, ninguno, tenía por fuera un cartel que pusiera guachinche.

Porque guachinche es un título que otorga el comensal. Nunca el propietario.

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