GUANAJO

Si lo consultas en la RAE, verás que es una palabra propia de Cuba y de República Dominicana. Pero su significado no se lo tienes que explicar a ningún canario, porque todo el mundo sabe lo que es un guanajo.

Fue esta una de las expresiones que salió a lo largo de una conversación con amigas de toda la vida, que están en tu vida desde hace mucho, mucho tiempo, cuando salías de copas después de cenar, porque lo de cenar fuera era algo propio de personas mayores o bien de personas de tu edad con mucha pasta, que normalmente eran algo guanajos. O guanajas.

Mil pesetas, presupuesto de una noche. Más que suficiente para gasolina, dos o tres cervezas en algún bareto más una copa en condiciones en algún bar, pub, disco o similar de moda en algún sitio asimismo de moda. Las primeras eran para entrar en harina. La última se te calentaba en la mano porque no había pasta para más.

La igualdad se imponía. Buscábamos diversión y destacaba quien tuviera las ocurrencias más inteligentes, divertidas o novedosas, y en las que la pasta, la posición social y todas esas cosas eran algo de risa. Una época en la que nos conocíamos por nuestra capacidad en valores absolutos, y no por la obtenida a lo largo de una vida que, como es sabido, puede ser es caprichosa, desigual y con frecuencia injusta.

Todo estaba permitido dentro del respeto y de los límites que marcaban la locura controlada. De tal modo, era aceptable terminar vomitando alcohol en alguna esquina, morreándote con alguien cuyo nombre no conocías o discutiendo acerca de lo divino y lo humano en algún bar cuyo propietario (había muchos) deberían tener una estatua en alguna plaza a la paciencia infinita. Pero había líneas rojas, delimitadas por el respeto al otro, a la otra, a la integridad moral de todos los presentes y, especialmente, de los ausentes.

Hoy reviví todo eso con la sensación de estar en casa, en ese entorno donde sabes que lo que dices, lo que escuchas, siempre estará presidido por la excelencia, da igual que hables del último programa de Sálvame o del último libro del filósofo de turno que acuñó alguna frase que te deja una cicatriz en el sentido. Alguien te abre los ojos a una nueva realidad que escuchas entre risas y que te ofrece un nuevo reto de conocimiento que algún día sondearás. Tal vez mañana, tal vez el mes próximo, en el convencimiento de que hay amistades que simplemente te enriquecen, que no te piden nada y que están ahí para darle sentido a todo. Y que, sobre todo, sacan lo mejor de ti.

Uno se plantea si algún día será capaz de transmitir a los que vienen a sustituirnos por cuestiones de edad la importancia de esa pátina de crecimiento personal, de fraternidad, de riqueza inherente que no precisa de mucho más que un vino, un poco de queso y una sonrisa, todo ello aderezado por el cerebro de quienes han querido que la vida sea algo más que la consecución de metas personales, de objetivos económicos, de logros profesionales o de excelencia cultural, para ofrecer un paisaje que trasciende edades, situaciones y realidades.

Una realidad en la que todo está permitido.

Menos, por supuesto, ser un guanajo.

Amigas del alma.

Dios las guarde, no tienen precio.

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