HISTORIAS Y CUENTOS

Afirmaba Meryl Streep en la película Memorias de África, en su papel de la baronesa Karen Dinesen, que su amigo Denys, cuyo papel protagonizaba Robert Redford, sabía cómo contar una historia. Explicaba cómo le gustaba poner en antecedentes a los oyentes, cómo desarrollar la trama, y el nudo, cómo deshacerlo y cómo finalizar cualquier relato de un modo que quedara en la memoria de quienes lo escucharan fijado para siempre.

Contar una historia. O un cuento. Tan sencillo. Tan difícil.

Porque una historia, o un cuento, no es una simple relación de hechos, de anécdotas, de hitos o de eventos. Es dar cuerpo a una serie de acontecimientos que se suceden en el tiempo, más o menos ordenados, de forma que finalmente tengan proporción, sentido, lógica. Y, por supuesto, que contenga un corolario, una enseñanza, una aportación al acervo personal de quien la escuche, una referencia a la que agarrarse en este o aquél momento.

Pero las historias, o los cuentos, son como el cuerpo humano. Han de tener cabeza, cuerpo y extremidades. Y han de, a ser posible, ser equilibrados. No sólo en la física, sino también en la química. Esa química que bulle en el cerebro de cada uno de nosotros y que nos permite reconocer las situaciones, identificarlas, reaccionar ante ellas. Que nos aporta el impulso necesario para que progresemos, sea cual sea la situación en que nos encontramos.

El documental “España, la primera globalización”, que recomiendo, es un intento de contar una historia en mi opinión muy notable, con aportaciones ciertamente valiosas, con datos desconocidos por la mayoría, pero que no aporta lo que todo el mundo busca en las historias: un cuento.

Todos nos hemos criados con cuentos. El del Principito, el de las judías mágicas, el de Caperucita, el de Hansel y Gretel. Son cuentos que cargan una historia implícita y que terminan en un corolario que lo resume todo. Que deja en la memoria de quienes los escuchamos el aprendizaje de la experiencia de alguien que ha decidido darle forma en una historia, o cuento, que encierra una filosofía, unas conclusiones.

La cascada de datos históricos que el documental mencionado aporta, ciertamente profuso, es tan solo una pizca de lo que realmente ha acontecido con la historia de España en su periplo mundial que se desarrolló entre los siglos XVI y XIX. “Hay un momento superior en la especie humana, dijo el francés Hipolytte Taine, y es la España desde 1500 hasta 1700”. Esa frase sola es tan poderosa como la imagen de una estatua de Colón, o de Isabel I de Castilla, derribada a manos de los herederos de aquellos que con más tesón defendieron el reino de España en América: los indígenas. Una imagen, una frase. Encierran historias complejas que están plagadas de matices, de hitos, de momentos, de heroicidades, pero que son demasiado densas como para que nadie se fije en ellos. Una imagen, o una frase, son más poderosas. Como eran más poderosas las imágenes mentirosas de una España salvaje y furiosa que se difundía por Europa siglos atrás, y que dejaron una impronta en nuestro país por la que aún pedimos disculpas.

Nada más lejos de la realidad para el país precursor de los derechos humanos, del respeto a la diversidad, del destierro del racismo, de la ley y de la justicia por encima de todos. Y de todas.

Cuando uno ve este documental bienintencionado y plagado de datos interminables, recibe la sensación de que el mensaje no cala. De que para contar lo que ha sido España en el mundo, historia del mundo, que cambió el mundo, lo más práctico es contar un cuento. Uno de esos con héroes, con villanos, con moraleja. Con final feliz.

Pero el final de la España imperial no fue feliz, por mor de la actuación de otros países que, acomplejados por su inferioridad en tantos y tantos campos, también el científico, se afanaron en destruir un imperio que puso un manto de protección a un territorio de veinte millones de kilómetros cuadrados tan sólo con su buena intención.

Sí, usted tendrá en mente multitud de datos como la rapiña, el genocidio y demás extremos de una historia, o un cuento que, ahora sí, le habrán contado a lo largo de su vida. Un cuento de esos con buenos, con malos, con corolario y con final feliz. Un final que supuso el fin de la España intercontinental que rompió los esquemas del más pintado.

Pero España no ha muerto. Está viva, y hay muchas personas que ahora entienden lo que supone su desaparición y que ciertamente han conocido la realidad: fuera hace frío. No hay red debajo del salto, no hay ningún lugar donde mirar.

España no es lo que nos han contado. No es lo que nos quieren contar. Cuando no te duele nada, piensas que lo normal es que no te duela nada. A partir de ahí todo ha de ser progreso y mejora. Pero lo que nadie piensa es que es muy difícil que nada duela.

Por poner un símil doméstico, nadie es consciente de lo que supone la limpieza de un hogar, hasta que está lleno de mierda. Entonces no se habla de otra cosa. Por poner un símil contable, nadie sabe de lo importante de una buena administración hasta que los números te comen. Entonces, no se hablará de otra cosa.

España mantuvo en América una paz de trescientos años que, desde que nos echaron de allí, no han vuelto a disfrutar con plenitud y estabilidad. Y ahora parece que la culpa de los conflictos es de España. Cuando España fue paz, protección y también progreso.

No todo es cuantitativo. Hay mucho de cualitativo en nuestra forma de hacer y ver las cosas. Tenemos mucho que enseñar al mundo en ese aspecto. Mucho que meditar.

Y si no, pregúntense una cosa. Cómo es posible que España sea el país en el que la esperanza de vida es la más alta del planeta. Tal vez no sólo nos dediquemos a lo cuantitativo, sino también a lo cualitativo.

¿Cómo se cuenta lo cualitativo?

Tal vez sea tiempo de contar lo que hay que contar.

Vamos a contar un cuento.

 

No Comments

Post a Comment