HORIZONTE

Cada día se repetía la misma rutina. La rutina es lo que tiene, siempre se repite. Tras una noche de sueño desigual, abría los ojos. Tomaba algo de desayuno y atacaba mi tarea con ánimos renovados. Me esforzaba al límite de mi capacidad. A veces más, a veces menos, dependiendo de mi estado de ánimo, de la hora del día, de cómo me encontrara. Pero jamás paraba de esforzarme. Sabía que tenía que hacerlo, porque era algo innato en mí. Al final del día daba la impresión de que no había avanzado nada. Seguía en el mismo lugar. Todo un día de trabajo aparentemente para nada. Me iba a dormir con la esperanza de que al día siguiente todo cambiaría, pero veía que una y otra vez se repetía la misma cadencia.

Hasta que algo cambió. Oí un “clack” extraño, y me detuve. No sabía que ocurría. Me bajé de mi puesto de trabajo porque no podía seguir. Se había atascado la rueda. La miré. Me rasqué la cabeza. Qué raro. Caminé alrededor pero no supe cómo resolver el problema. Decidí buscar ayuda. Pero estaba solo.

Alcé la mirada por primera vez y vi el horizonte. Tal vez allá estuviese la solución, pero no podía llegar. Había unos barrotes que no me dejaban. Estaban a mi alrededor. Nunca me había fijado en ellos. Uno estaba doblado. Algo suelto, no sabría decir. Ese día no había comido y mi barriga estaba encogida, así que me puse junto al barrote, cogí aire y me estiré. Pude sacar la cabeza por el barrote, y luego el resto de cuerpo. Caminé unos pasos lentamente y me alejé. No pasó nada. Luego di la vuelta y observé el lugar donde llevaba un tiempo incontable trabajando. Era una jaula, con una rueda dentro. Mi puesto, que ahora no funcionaba porque se había atascado. Así que me marché. Alguien sabría qué ocurría. Pero no vi a nadie. Al menos durante un rato. Al poco vi otras jaulas. Dentro había otros tipos dando vueltas en ruedas como la mía. Esas sí que funcionaban. Me miraron extrañados. Uno de ellos paró de dar vueltas y se bajó de la rueda.

–¿Qué haces ahí? –me preguntó.

–Nada.

–¿Por qué no estás en tu rueda?

–No sé.

–¿Cómo se sale de aquí?

–Yo salí metiendo la barriga.

Salió. Salieron otros. Y nos fuimos hacia el horizonte.

No sabíamos muy bien dónde íbamos. Pero sí nos dimos cuenta de que, una vez fuera de la rueda, cada paso que dábamos servía para avanzar. Poquito, pero avanzábamos.

Ahora ya sabíamos avanzar, pero todos teníamos sed. Vimos un arrollo a lo lejos. Como ya sabíamos avanzar, lo primero sería llegar allí y beber agua.

Después ya veríamos.

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