IBÁÑEZ Y CIA…

Escribía Lope de Vega que “huir el rostro al claro desengaño, beber veneno por licor suave, olvidar el provecho, amar el daño; creer que un cielo en un infierno cabe, dar la vida y el alma a un desengaño; esto es amor, quien lo probó lo sabe”. Pedro Calderón de la Barca se fue a los sueños cuando escribió aquello de “Yo sueño que estoy aquí, destas prisiones cargado; y soñé que en otro estado más lisonjero me vi. ¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”. Quevedo y Góngora resolvían sus diferencias con la pluma como arma, escribiendo el primero del segundo cosas como “Yo te untaré mis obras con tocino porque no me las muerdas, Gongorilla, perro de los ingenios de Castilla, docto en pullas, cual mozo de camino”, o bien aquello de “Erase un hombre a una nariz pegado, era una nariz superlativa, era una nariz sayón y escriba, era un pez espada muy barbado”, a lo que Góngora contestó metiéndose con el hecho de que Quevedo era patizambo diciendo: “Anacreonte español, no hay quien os tope, que no diga con mucha cortesía, que ya que vuestros pies son de elegía, que vuestras suavidades son de arrope”, o bien aquello de “Cierto poeta, en forma peregrina cuanto devota, se metió a romero, con quien pudiera bien todo barbero lavar la más llagada disciplina”.

Semejante juegos de presteza poética mostraban el talento que yacía tras las palabras por ellos escritas. Por eso lo de “Siglo de Oro”, donde los autores se lanzaban a hablar de amor, desamor, pullas, insultos o lo que se terciara, sin más límite que la mente de unos artistas que tuvieron la fortuna de coincidir en el tiempo, lo que los hizo aún mejores. Teresa de Ávila vivía sin vivir en ella cuando escribió lo de “vivo sin vivir en mí, y tal alta vida espero que muero porque no muero”. Fray Luis de León no rehuyó la crítica pública cuando escribió esto de un juez avaro: “Aunque en ricos montones levantes el cautivo inútil oro, y aunque tus posesiones mejores con ajeno daño y lloro; y aunque cruel tirano oprimas la verdad, y tu avaricia, vestida en nombre vano, convierta en compra y venta la justicia…”. Fue enviado a la cárcel, y cuando lo liberaron mostró su alegría escribiendo “Aquí la envidia y la mentira me tuvieron encerrado. Dichoso el humilde estado del sabio que se retira de aqueste mundo malvado, y con pobre mesa y casa, en el campo deleitoso solo con Dios se compasa, y a solas su vida pasa, ni envidiado ni envidioso”. Lo escribió en la pared de la cárcel, o sea, que tal vez sea Fray Luis de León el primer grafitero de la historia, ¿no?

No puedo dejar de pensar en toda esta gente, en todo este talento, que en el siglo XVIII fue anulado de la España de los Austrias con la entrada de los Borbones, que rechazaban lo que éramos. Esa es, al menos, la tesis de más de uno autor, o autora, y lo traigo a colación porque se ha marchado uno de los personajes más importantes de España, cual es Francisco Ibáñez. La RAE no tuvo a bien darle un sillón, pero ¿no lo merecía?

Él puso a nuestra disposición numerosos términos castellanos como gañán, hotentote, lechuguino, mastuerzo, berzotas, andoba o cabestro. Reformuló nuestra lengua, ampliando nuestros horizontes, sobre todo de los más peques de la casa, que se partían el culo leyendo los disparates interminables que se le ocurrían a este hombre. Ya veo a Lope de Vega esperándolo allá arriba para que le aporte términos modernos que pueda utilizar para conquistar mujeres, o a Quevedo, que buscará en él información para desarmar a su eterno enemigo en letras, Góngora.

Son todos lo mismo. Son gente que tiene una mirada diferente, que ve el mundo que nosotros vemos, pero que ve otras cosas. Cosas que todos percibimos pero que nadie sabe expresar como ellos.

Para mí, Ibáñez ha de entrar en el Parnaso, en la planta de los artistas que nos han ayudado a entender lo que ellos ven con naturalidad.

Como hizo Góngora. O Quevedo. O Lope. O Fray Luis de León.

O Teresa de Ávila

Hasta siempre, Ibáñez. Has sido inigualable.

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