IDIOSINCRASIA

Escapada en la amoto para comprar en farmacia la vitamina C, el omega 3 y todas esas cosas que se toman hoy en día para mantener las defensas altas. Antes era lechygofio y potaje de coles y nísperos, pero la cosa ha evolucionado. Lo cierto es que a la entrada de Santa Cruz había una cola de cuatro en fondo, con la Policía Nacional retratando a todo el mundo. Palpo en mi bolsillo y compruebo que allí estaba la correspondiente receta, así que todo bien. Entro en la ciudad tras unos instantes en los que te sientes como el tipo que escapa de un país soviético para entrar en, por ejemplo, una Suiza de montes nevados y vacas pastando. En mi caso, de carreteras vacías que me permiten cruzar Santa Cruz en un santiamén. Terminado el asunto en la botica, me dirijo al túnel de Tres de Mayo y veo abierta la tabaquería. Tiro de la oreja a la amoto y la subo en la acera. Unos puritos para después de la comida, mira que bien. Entro, compro y salgo. Y me tropieza de bruces con una realidad que no sale en los diarios.

Había un montón de peña en la acera que no tenían pinta ni de trabajadores de trabajos esenciales ni de ir a la farmacia, supermercado, médico o similar, ni tampoco tenían mucha pinta de autónomos. Se dirige uno a mi vestido con pantalón de chándal de color inclasificable, suéter de esos que se ponen los cursis en las pelis de Navidad y una manta por los hombros: “¿Algo pa comer, men?”. Solo se me ocurre contestarle la estupidez de “pagué con el teléfono”. Lo cual es cierto, pero hay que ser papafrita para decir semejante cursilada al personaje. El nota me miró como fuese subnormal –no le culpo–, se dio la vuelta y miró a su colega que, espalda contra la pared y pierna derecha doblada y apoyada en la ídem, sube su mano derecha y agarra la mascarilla que llevaba puesta desde hacía una semana, a tenor del tono jengibre tirando a canelo fuerte que lucía. La echa para abajo y la deja colgando de las orejas toda refunfuñada en la barbilla. Luego agarra un cigarrillo con la otra mano, lo echa a boca y lo enciende mirándome con toda la displicencia de que fue capaz. Yo lo miré con mis guantes de látex y mi mascarilla perfectamente colocada y me sentí idiota por segunda vez. Toma asepsia, cojones. Si en ese momento pasa el bicho por allí y ve a los tipos aquellos, sale por patas ante lo inabarcable de la tarea.

Por su parte, los dos fulanos me dieron por imposible y siguieron su rollo.

Yo monté en la amoto aguantando la risa y salí de allí convencido de que este es el país más grande del mundo.

 

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