LA ALDEA

Decía González que un expresidente es como un jarrón chino. Es muy valioso, pero no sabes dónde ponerlo. Hombre, es ocurrente, pero a mí me gusta más la definición de un amigo médico, que comparó dicha situación con la de un colchón en medio del pasillo. Nadie sabe muy bien qué pinta ahí, pero molesta a todo el que pasa. Así que, normalmente, optan por desaparecer de la escena. Al menos casi todos. Mejor o peor, su función ya está cumplida, y como mucho serían útiles para que el presidente actual se recueste un rato y se aleje momentáneamente de la vorágine del día a día. Como el diván del siquiatra.

Si González ha pasado a la historia como el presidente del paro, la corrupción y el GAL, Aznar lo hizo como el presidente de… también la corrupción, y de la guerra de Irak.

Y corrupción en su tiempo haberla la hubo. Vaya si la hubo. La entrevista que finalmente concedió a Évole, desenlace de los frustrados intentos del periodista que año tras año intentaba sentarlo en una silla para preguntarle esto y lo otro, así parece acreditarlo.

Insistió Évole en el 11-M, en la corrupción de la Gürtel, en cómo de ser un presidente con pocos escaños, sólo 156, pasó a ser el más votado de la historia de la reciente democracia. Y en cómo dilapidó esa confianza. Su ministro de Economía, el artífice de lo que se denominó el milagro económico español, fue después presidente del FMI y de Bankia. Y finalmente acabó en prisión. Hoy mismo sale en la prensa un nuevo proceso por irregularidades en Bankia. Sucedió algo similar unos años antes, con Vera y Barrionuevo procesados por la lucha contra ETA. Los desmanes económicos del PP fueron sistemáticamente revisados por el periodista, algo que el expresidente saldó con un elocuente “yo pongo la mano en el fuego por mí”.

La consecuencia de la corrupción, de la controvertida presencia en la foto de las Azores y la guerra de Irak costó al PP que el votante los sentara en el banquillo de los suplentes durante un par de legislaturas.

Curiosamente, cuando tal ocurrió, allá por 2004, España tenía superávit presupuestario, un 8% de paro y el tratado de Niza nos había dado más protagonismo internacional del que habíamos disfrutado desde… no sé. Tal vez desde finales del siglo XVIII. El mismo Tony Blair, premier británico, lo contaba en su autobiografía. Contaba cómo, uno a uno, los primeros ministros europeos intentaban que entrara en razón. Pero Aznar, en la habitación de al lado, se sentó a fumar un puro y le dijo aquello de “voy a fumar puros hasta que nos den el protagonismo que merecemos. Y todavía me quedan todos estos”, le dijo, enseñándole el mazo que tenía en la mano.

Al final los dirigentes europeos cedieron ante el empecinamiento del expresidente, que terminó por recibir un sillón en el G8. Hoy asistimos al G20 sin sillón propio, sólo como invitados, siendo como somos la 14 potencia económica mundial.

Nadie entiende que, siendo las cosas como eran, haya empeñado su prestigio, su futuro, su presente, el futuro de su partido y la estabilidad del país en la guerra de Irak, a la que insiste en que no fuimos sino a preparar bocatas y a ponerle tiritas a los heridos. Pero fuimos y adquirimos cierto protagonismo en el asunto. Además, de la mano de un presidente americano que no gozaba de precisamente de prestigio entre nuestros compatriotas.

Me contó un nota cercano al poder (cuestión que no tengo modo de comprobar) que en realidad lo que ocurrió fue que tras la invasión de la isla de Perejil, Aznar pidió ayuda a su amigo americano. Por aquel entonces tenía mayoría absoluta y notables tensiones con Marruecos desde que Mohamed VI subió al poder. Tras la ocupación de Perejil, los franceses apagaron el satélite Helios y España quedó a oscuras en el conflicto. “Yo te doy satélites y tú me apoyas en Irak”, fue la respuesta del socio trasatlántico. Dicho y hecho, Trillo mandó a la legión con un bocata de chorizo y un radiocasete con Los Chichos a toda hostia, tomaron Perejil y siguiente fue la foto de las Azores.

Aznar recuperó Perejil, y perdió un país.

Pienso que un presidente se debe a sus compatriotas, lo hayan votado o no. Y hay cosas que no se pueden hacer. Hoy tenemos el Proyecto Paz, lanzado en 2017, para no depender de satélites de otros. Esa lección se aprendió, si bien se puso remedio quince años más tarde.

Sea como fuere, todo lo que había logrado, la bajada del paro, las finanzas saneadas, la paz social, un sistema fiscal bastante más justo que el anterior (los coeficientes de abatimiento en las ganancias patrimoniales afloraron más dinero negro de lo que la gente imagina), el prestigio internacional, el crecimiento económico, la captación de capital extranjero como nunca había sucedido, etc., quedó difuminado.

Porque algo me dice que los españoles preferimos ser pobres pero pacíficos. Y que habiendo construido nuestra historia guerra sobre guerra, hoy no somos nada beligerantes. Afortunadamente. Si el pueblo no está de acuerdo con una guerra, un dirigente ha de escuchar a su pueblo, porque es quien lo ha puesto ahí.

Y si Marruecos ocupa Perejil, haber invertido el radares propios. Y si no, pues lo solucionas en los despachos o te la envainas.

No se puede hacer cabrear a un pueblo. La corrupción no ha de tener cabida en el país de Rinconete y Cortadillo, la guerra es algo que nos pone los pelos como escarpias, y los amigos… en fin. Hay favores que salen demasiado caros.

Pues tampoco aprendieron, macho. Luego vino Zapatero, diciendo que no haría nada en materia económica en dos años. Claro, las cuentas rebosaban salud. Pero se durmió en los laureles, y tuvo una segunda legislatura marcada por la inexplicable negativa a ver lo que veíamos todos: la demoledora crisis financiera. El estropicio fue de tal calibre, bronca de Obama a Zapatero incluida, congelación de pensiones, disminución de salario a funcionarios y demás, que la cosa acabó en mayoría absoluta de Rajoy. Hoy suena a ciencia ficción, pero así fue.

Nuevamente la corrupción se encargó de demolerlo todo.

Hoy eso de “pobres pero pacíficos” parece tomar forma de nuevo.

Todo indica que hoy vamos camino de pobres, con un paro brutal, la clase media del país en la picota, una deuda disparada y un déficit presupuestario que da espanto.

En cuanto a lo de pacíficos… bueno. En la aldea de los irreductibles galos, el herrero decía al pescadero que el pescado estaba podrido y el sopapo en la cara del herrero con un pescado no se hacía esperar. A continuación, la pelea de todos contra todos ocupaba a los habitantes de la aldea, que normalmente terminaba con unos cuantos jabalís al fuego, un par de garrafones de vino y el bardo atado a un árbol.

Aquí, lo de la bronca de todos contra todos nos sale de cine.

Falta que terminemos todos juntos de chuletada cogiéndonos un pedo.

Pero a la vista de las barricadas que crecen en las calles… no sé yo.

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