LA ARANDELA

Decía Thomas Hobbes que “la abundancia de materias está limitada por la naturaleza a aquellos bienes que, manando de los dos senos de nuestra madre común, la tierra y el mar, ofrece Dios al género humano, bien gratuitamente, bien a cambio del trabajo.”

De ideología fisiocrática, todos lo tenían muy claro. Cantillon, Turgot, el mismo Benjamin Franklin, opinaban que lo único que generaba riqueza real era la tierra. No en vano, los terratenientes eran los poderosos en una época en la que esas cosas no se discutían. Alguna peli o novela de Jane Austen hemos visto al respecto.

Cuando la revolución industrial se instaló entre nosotros, estos terratenientes quedaron atónitos de ver cómo un tipo, en una nave industrial del tamaño de la que ellos tenían para guardar los aperos de labranza, se dedicaba a fabricar arandelas, o cajas de madera, o paraguas, o lo que fuese. En un pequeño espacio generaba más ganancia que ellos con todos los terrenos heredados de sus ancestros.

Si se fijan, la revolución industrial fue revolución en varios sentidos. Desde el punto de vista de la productividad, permitió que la tecnología aplicada a la fabricación de cosas mejorara procedimientos, calidades, bajara precios y optimizara el uso de materias primas. De forma paralela, creó un montón de puestos de trabajos en esos procesos de producción, que luego sostuvieron sus correspondientes luchas por los derechos laborales, que constituye materia para otra discusión. Pero también se impulsaron profesiones que hasta entonces no tenían tanto predicamento. Ingenieros, arquitectos, contables, financieros, administrativos, transportistas, logística, seguros… Si me apuras hasta agentes de la propiedad. El crecimiento trajo la necesidad de viviendas, de servicios, de más carreteras, de tendidos eléctricos más ambiciosos, de colegios, de restaurantes, de lo que usted se imagine. La revolución industrial creó nuestro mundo, y al menos cinco generaciones vivieron insertos en él.

Ahora se ha terminado, ya que hay una fábrica en el planeta llamada China. Y hay un nuevo servicio llamado internet que ha arrasado con muchos puestos de trabajos que antaño existieron. Los trabajos han evolucionado, se han especializado. Y, por qué no decirlo, muchos han desaparecido.

Ahora que miramos la futuro, no puedo por menos que mirar al pasado y entender que es preciso considerar un aspecto de la revolución industrial que me parece realmente… digamos revolucionario.

Cuando se instaló, no tocó nada de lo que había.

Quiero decir con esto que el terrateniente siguió siéndolo. Es posible que muchos descendientes de aquéllos aún lo sean. Perdió poder, perdió dinero, perdió posición… de algún modo comenzó a parecer un tanto almidonado, alcanforado tal vez. Pero ahí estaba y ahí siguió.

Seguramente la industrial ha sido la única revolución que se instaló respetando lo que había. No lo tocó. Se limitó a crear algo nuevo para ponerlo a disposición de las personas.

No sé, me da por pensar en eso cuando veo que muchas personas quieren cambiar cosas a cambio de quitar cosas que otros han logrado. Yo creo que aportar es aportar. Y todo lo que no sea aportar, es sustraer.

La modesta arandela surgida de alguna fábrica no atacó a terrateniente alguno. Lejos al contrario, en algún momento seguro que el terrateniente averiguó que la arandela estaba ahí también para él.

Consciente del signo de los tiempos, fue una cuestión de tiempo que comenzara a utilizarla.

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