LA PALABRA, LA LETRA Y LOS NÚMEROS

La entrevista que hizo Susana Griso a Felipe González has sido para enmarcar, como cada vez que este hombre despliega, con lentas palabras, el contenido de una mente que desgrana los acontecimientos como si de una película se tratara. No es únicamente cuestión de edad y experiencia, que también (al fin y al cabo son ochenta años, sesenta de militancia en el PSOE y cuarenta desde que ganó las primeras elecciones), sino de perspectiva, alimentada por una capacidad de análisis a prueba de sectarismos, momentos históricos, personalidades que han pasado por su vida, modas y demás mandangas. Alimentado únicamente por el convencimiento al que llega tras el análisis libre de las cosas. Esos tres ingredientes tan escasos en los días que corren: convencimiento, libertad y análisis.

Algunas frases con las que ilustró su comparecencia pública.

“El populismo consiste en aplicar soluciones sencillas a problemas complejos. Como el problema se come a la solución, el paso siguiente es buscar un culpable a quien cargar el resultado.” No quiso nombrar a nadie. Como si hiciera falta…

O bien…

“Hay más España de la que los españoles creen. Que no les pongan a prueba.”

No dudó en dar un rastrillazo al PP por no renovar el CGPJ, y puso un símil. En la medida en que el judicial es uno de los tres poderes del Estado, ¿se podría plantear que otro de los poderes, el Ejecutivo, no convocara elecciones cuando tocan porque no se dan las condiciones apropiadas?

No dudó tampoco en calificar como disparate la eliminación del delito de sedición, que existe en todos los países, y que es distinto al de rebelión y al de desórdenes públicos. Un desorden público –dijo– es que alguien invada una propiedad ajena, y eso no es comparable a lo sucedido en Cataluña.

El difícil equilibrio de criticar lo criticable, al menos en su opinión, manteniendo el status de presidente del PSOE, el que más años ha ocupado la Moncloa, lo lleva a cabo con tal naturalidad que lo que hace, lo que dice, parece sencillo. Pero sólo lo es para una mente como la suya.

Hoy asistimos a una polarización tremenda en la política, y explicó que, por primera vez, dicha polarización permea hacia la sociedad, dividiéndonos lentamente. Tal vez tenga que ver en ello el hecho de que el ciudadano se sorprende de las concesiones definitivas a determinados territorios (quitar la Guardia Civil de Tráfico de Navarra, o eliminar el delito de sedición pensando en los independentistas catalanes) para lograr objetivos a corto plazo, cual es la aprobación de unas cuentas.

Esto en realidad lo pienso yo: con el objeto de aprobar unas cuentas que duran un año, los presupuestos de un año, se hacen concesiones que son definitivas.

Sigo pensando, también yo, que luego, cuando se realiza el análisis de lo sucedido, se explica que durante cuatro años se han conseguido mayorías absolutas en las respectivas votaciones de los presupuestos obtenidas mediante el consenso. Por tanto, debido a la representatividad de los escaños en el Parlamento nacional, esto supone el acuerdo de la mayoría absoluta de los españoles con dichas cuentas.

Impecable argumento…

…, si no fuera porque sólo se ponen de acuerdo en eso, en los presupuestos, para que algunos obtengan concesiones que de otro modo tal vez no obtendrían, y que son definitivas para nuestra estructura como país. Concluir que los presupuestos aprobados en esta legislatura por una amplia mayoría supone el acuerdo de la inmensa mayoría de los españoles es, por tanto, jugar con cartas marcadas. Es llegar a la conclusión de que los que gobiernan lo han hecho para la mayoría de los ciudadanos, cuando el Estado ha ido menguando poco a poco en sus competencias con un único fin: la foto final con un pie que diga “he gobernado con todos estos y todos han votado mis presupuestos.”

Por tanto, permítame hacer un guiño a las generaciones venideras. Los presupuestos de 2023, esos votados a favor por 187 diputados, tiene un presupuesto de ingresos de 389.927 millones de euros, y uno de gastos de 583.543 millones de euros. O sea, salen con un déficit de aproximadamente 193.616 millones (el 50% del presupuesto de ingresos, nada menos), que lógicamente irán con cargo a deuda.

Más deuda pública.

Como referencia (siempre hay que emplear referencias), sepa usted que la banca española, toda la banca española junta, ganó 20.000 millones. Lo digo porque todavía queda gente que piensa que “los ricos” pueden pagar por tales desmanes inexplicables. No. No pueden.

Esta deuda nueva que surgirá para pagar este agujero no la pagará usted. Ni yo. Ni el gobierno actual. Ni el siguiente.

La van a pagar nuestros hijos.

De eso no habló Felipe, que en materia de libertades y de Estado de Derecho es un maestro. Pero en lo que se refiere a las cosas de comer, no pone tanto énfasis.

Porque, si se me permite el exceso, eso no es progresista.

Pero estar, vaya que si está, y además con 187 votos a favor.

Tal vez lo ideal fuese que el PSOE, adalid de las libertades y el progreso, y el PP, que sabe manejar un presupuesto como nadie, trabajen juntos.

Eso, además de la quimera de una mente calenturienta (la mía), sí sería representativo de la mayoría de los españoles.

Y, de paso, tal vez suponga el final definitivo de la infausta Guerra Civil.

Pero eso me temo que no sucederá.

En fin…

 

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