LAGUNEROS

La Laguna, 1970, calle Tabares de Cala

Invierno cerrado.

Serían las ocho y media de la tarde, y andaba yo de la mano de mi abuela en dirección a la Calle Carrera. Al llegar giramos, y subimos en dirección a la Concepción, y la visión que se despliega ante mí es fantasmagórica. Una calle de la Carrera oscura, excepción hecha de las bombillas que cuelgan de unos cables que atraviesan la calle de lado a lado, con apenas potencia para iluminar lo que tienen debajo y poco más. Entre bombilla y bombilla, una distancia que a un niño de 5 años le parece insalvable. Me aferro a la mano de mi abuela, que carga con una voluminosa bolsa en la otra. Todos los establecimientos de la calle cerrados, luces apagadas, nadie por los alrededores. Frío, viento y posma lagunera. O sea, el perfecto entorno de una novela negra. Allá adelante, en la esquina de La Catedral, hay una puerta entreabierta, de la que salía una luz que dibujaba una brillante cicatriz sobre la húmeda vía. A medida que nos acercábamos notaba cómo del lugar también salía humo. Y risas.

El comercio de mi abuelo.

Entramos, y vi a un grupo de hombres hablando despreocupadamente alrededor de un mostrador, sobre el que yo, demasiado bajito aún para alcanzar a ver, adivinaba comida. Un señor sostenía un pincho de tortilla en la mano, otro un trozo de queso blanco, otro cazaba algo con un tenedor. Un garrafón en la esquina del mostrador y mi abuelo que me sonríe al vernos entrar. Mi abuela deposita la bolsa entre todas las viandas, con algún caldero de comida que nunca supe qué era, saluda a los parroquianos y repetimos viaje en sentido de vuelta a casa.

La denominada Peña de los Jueves se reunía en el comercio de zapatos de mis abuelos, y a esta acudían algunos de sus amigos: Alfonso García-Ramos, Charif, Sigut, Martín Díaz o Ferrera Barreto como fijos, pero también pasaron por allí otros como Martinón, Altober, Erasmo de Armas o Arístides Ferrer. La curiosidad del asunto es que levantaban acta de las reuniones… ¡en verso! Actas que han llegado ayer mismo a mis manos, y que me han hecho dar un salto atrás de 45 años. A aquella noche que fui a llevar comida con mi abuela.

En dichas actas veo alguno de los asuntos tratados, todos de gran relevancia, como por ejemplo cuando García Ramos y Miguel Calixto informan del terrible hecho de que Charif ha sido secuestrado por un comando israelí, motivo por el cual no fue a una de las reuniones. Alguien discrepó, alegando que un libanés como Charif no se deja secuestrar, y mucho menos por un par de israelíes. Según las mencionadas actas, algunos infiltrados lo localizaron en “La Oficina”, trasegando vino y dándole a la lengua con otros parroquianos, y consecuentemente fue acusado de alta traición, y con el agravante de secuestro “voluntario”. Se celebró un juicio y todo, con su fiscal, su acusación particular, su juez y su abogado defensor, del cual Charif salió condenado a permanecer un mes a pan y agua, sentencia convalidable por la entrega  inmediata de un garrafón de vino bueno para la siguiente reunión.

Parece que el zumo de uva solía terciar en las discusiones, engrasando argumentos y matizando posiciones, ya desde la misma creación de la Peña, allá por 1956, que inicialmente se llamó “Siete machotes”. Uno de los miembros, disconforme con nombre, alegó en otra acta que para poner tal denominación sería preciso convocar a todos los machotes de la zona, en batalla “a base de municionamientos líquidos y áridos, hasta que solamente quedaran los siete supervivientes a los cuales se les podría hacer entrega de los títulos correspondientes con todos los honores…”. Parece que tras varios litros filtrados se llegó a la conclusión de que lo mejor sería una denominación ecléctica, que como tal fue escogida.

Imagino cómo acabarían esas reuniones, en una Laguna donde a partir de las ocho de la noche, cerrados los comercios, se refugiaba todo el mundo en sus respectivas casas, con esta panda de noveleros saliendo de la tienda de lonas de esparto tras dar cuenta de un garrafón, una tortilla, un conejo en salmorejo o un plato de lapas.

Alguna idea dará el cuarteto con el que Arístides Ferrer cierra el acta de la junta del 17 de enero de 1967, cuando indica que:

 

A su potente voz de mando

cuando ya nos íbamos a ir

el coro salió cantando:

Allons enfants de la Patrie.

 

Vacilón sí… pero con clase.

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