LAS FASES DEL PEDO

Éramos un fulano de Lugano, un austriaco, un polaco y yo. En el piso tan solo vivíamos cuatro individuos, pero aquello parecía el Corral de la Pacheca, porque se convirtió en lugar de encuentro de todo el mundo. Todos los días pasaban por allí la novieta del austriaco, una chica noruega clavaíta a Ingrid Bergman, con su amiga, un par de alemanas que estaban de intercambio por allí, un egipcio que era un genio de los ordenadores… De diez personas no bajaba nunca la cosa, así que no nos quedaba otra que idear entullo para toda aquella tropa. La noche que no caían dos tortillas de papas, alguien preparaba tacos, o un estofado, o cualquier cosa que fuera abundante para la jarca de indocumentados que, en la mitad de la veintena, comíamos como limas sordas, bebíamos como esponjas y que poblábamos a diario la enorme mesa de la cocina.

Estamos en St. Gallen, ciudad universitaria del norte de Suiza, con una facultad de Ciencias Económicas importante y un muertazo total en lo que se refiere a vida en la calle. Excepción hecha de los jueves, que ponían puestos de comida ambulante en la plaza y nos poníamos hasta el culo de unas salchichas que parecían mangos de raqueta de tenis.

En más de una ocasión la cosa terminó en casa como ustedes podrán imaginar. Vino, copas, palique, más vino, más copas, más palique, descojone generalizado… y me di cuenta de una cosa curiosa. Las fases del pedo son similares en todas partes. Una primera fase de desinhibición, luego risa estridente, ese “te quiero como a un hermano”, para seguir con cantos regionales, aumento de la temperatura y demás. Pero hay una diferencia. En la fase cuatro del pedo, lo que en España suele convertirse en “imprecaciones al clero”, en Polonia, o al menos en aquel polaco, que era un vacilón de tío de mucho cuidado, se convertía a “imprecaciones a Rusia”.

–Este jodido polaco tiene mala bebida –me decía alguien.

Yo pensaba que, efectivamente, era así.

Hoy ya no lo tengo tan claro…

 

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