LIBROS vs. CONOCIMIENTO

En la inmensa obra de Irene Vallejo, “El Infinito en un Junco”, menciona la autora al ensayista y biógrafo Plutarco, que se refiere a Cleopatra como una mujer que, lejos de los tópicos cinematográficos, no era una gran belleza, si bien “rebosaba atractivo, inteligencia y labia”. No en vano hablaba sin intérpretes con etíopes, hebreos, árabes, sirios, medos y partos. Cuando Marco Antonio quiso deslumbrarla con un tesoro único, se le ocurrió poner a sus pies doscientos mil volúmenes para la gran Biblioteca de Alejandría.

Así cualquiera liga, coño.

En un mundo sin imprenta, sin máquinas de escribir, sin gente que sepa escribir, ni apenas leer…, sin aún existir el papel, qué caray, los libros, las tablillas o los rollos de papiro eran muy bien pagados por los poderosos. Debido a ello siempre fueron objetivo constante de pillaje, recompensa, robo, copia, falsificación, trapisondas y cambalaches de todo tipo.

Objeto de deseo de los dirigentes, contenían lo más importante que puede desear alguien que quiere seguir instalado en el poder: El conocimiento.

Hoy el conocimiento se cuela de múltiples formas, habiendo quedado el libro como un reducto relativamente pequeño en relación con todo lo que la tecnología pone a nuestra disposición.

Pero el conocimiento es otra cosa.

En un planeta que se acerca a la cifra de 7.600 millones de personas, los responsables públicos saben que el único modo de mantener el orden deseado se basa en la manipulación de masas. No es nuevo. Ya tras la Primera Guerra Mundial se llevaron a cabo experimentos en seres humanos para ver dónde se encontraba el punto de rotura psicológica de un individuo, y los resultados debieron ser concluyentes, pues la manipulación de masas en la segunda mitad del siglo pasado y en lo que va de este ha seguido su curso.

De repente surge una crisis financiera, tan espeluznante como artificial, que lo pone todo patas arriba, y el efecto péndulo en forma de populismos que prometen soluciones fáciles a problemas complejos, se ve de algún modo sorprendido por una nueva crisis que no permite a los humanos hacer aquello para que más estamos preparados, aquello que nos ha hecho evolucionar, crecer y progresar: socializar.

Hoy nos vemos recluidos en nuestras casas y observamos cómo quienes nos dirigen nos explican (con razón) que hemos de seguir ahí, conectados por un canuto llamado internet que a saber cómo se está utilizando para una futura manipulación.

Hay trabajos que no volverán por culpa de internet, hay trabajos que no volverán por la ciberconexión generalizada, hay trabajos que desaparecerán como consecuencia de una mayor producción de los que más pueden producir, por la robotización y por unos costes que poco a poco dejan fuera de la ecuación a todos los pequeños. El ser humano va camino de ser una pieza más de una enorme maquinaria que nadie sabe muy bien como funciona. Tal vez lo sepan esos que tienen la llave del nuevo conocimiento, de este nuevo mundo. O Nuevo Orden, como prefiera usted llamarlo.

Pero los libros siguen ahí. No se enchufan, no van por internet, no necesitan pilas, no son borrados de forma remota. No te obligan a leerlos. Lo haces voluntariamente, porque buscar un libro, comprarlo, abrirlo, sumergirte en él, es un acto positivo. Tienes que hacerlo tú. No es darle a un botón y que otro, u otros, te lancen lo que quieran sobre el cómodo sofá de tu casa. Los libros, desde hace siglos, se han constituido en el asidero de la masa.

Cuidemos los libros.

Y cuidemos a los escritores.

Es posible que, junto con la música, pronto sea lo único a lo que podamos agarrarnos. Lo único que nos permita volar y soñar sin movernos del sillón.

Es precisamente ese sueño consciente, todo el mundo lo sabe, lo que constituye la base del cambio.

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