LOQUILLO: LA COHERENCIA

Qué es un hombre sin un confesor, qué es un hombre sin un abogado, qué es un hombre sin su sastre. Qué es un hombre sin su barman…

Son las cuatro preguntas que se formula Loquillo en este video promocional.

https://youtu.be/SQ5xlRlfcPU

Es uno de los vídeos que utilizan los hosteleros y restauradores españoles para que los bares y restaurantes de este país sean declarados Patrimonio de la Humanidad.

Y es que la hostelería supone más del 6% del PIB español, hay más de 300.000 establecimientos y casi 2 millones de empleados. Si sumamos la restauración, ya pasamos del 10%. No está mal para un sector que, en boca de algún ministro, aporta poco valor añadido y precariedad. Nada de eso, lejos al contrario, aporta mucho valor añadido.

Además de Loquillo, unos cuantos más se han dado cuenta de que no se puede vivir sin un barman. Saque usted la raíz cuadrada, póngalo en valores absolutos y calcule la derivada cuando equis tiende a infinito. Verá que la función es otra, distinta a la que tenemos en mente, pues llevamos tantos años en los bares que los vemos como parte del paisaje. Y lo son, pero en realidad son parte de “nuestro” paisaje, sin perjuicio de que haya otros lugares del planeta donde atiendan a uno decentemente. No llevan necesariamente implícito comer y beber como un fin en sí mismo, algo que sin duda ocurre aquí.

En realidad, no me refiero a restaurantes de esos que salen en la lista de los mejores del planeta (aunque Martín Berasategui esté en el puesto 6, Adriá haya dejado de competir y Arzak… bueno, Arzak es Arzak), no. Hablo de que vayas a un pueblo de Ciudad Real y te metas en un bar cualquiera a tomar medio de lomo con pimientos y una caña y aquello te quite el sentimiento por dos euros. O de que en Granada la política comercial consista en regalar con la caña las tapas más originales que uno pueda imaginar. Me refiero al cochinillo o el lechazo con vino de la casa en Arévalo, de unas ostras en La Piedra, unos chicharros fritos en San Andrés, unas bravas en cualquier bar de Madrid, de unos calçots en Barcelona cuando tocan o de unos simples camarones con una caña en Playa Jardín, en el Puerto de la Cruz. La casuística es tan amplia, el arte tan colosal, que el simple enunciado de aquello que se considere suficiente para representar lo que ocurre en nuestros bares y restaurantes llevaría una biblia. Cada rincón, cada calle, cada pueblo, cada provincia tiene su espíritu imbuido en nuestra tecnología punta: esa que nos metemos por la boca mientras brindamos con alguien.

Para mí, ya es Patrimonio de la Humanidad, y me da la impresión de que para mucha más gente también. Es parte integrante de nuestro éxito como país receptor. Y si no, razonen un instante. España tiene 46 millones de habitantes y recibe casi 85 millones de turistas. Es la segunda potencia turística del mundo tras Francia. Los cinco primeros de esa exclusiva lista la completan Estados Unidos, China e Italia. Ahora bien, si aplicamos la proporción entre habitantes y turistas que tiene España a los otros países, para igualarnos, Francia tendría que recibir 30 millones de turistas más, Italia 47 millones más, Estados Unidos 500 y China 2.444 millones de turistas más.

Quiero decir con esto que a veces minusvaloramos una de nuestras características principales: acoger a los demás. No hay ningún país del planeta que tenga mayor capacidad de acoger que España, y los números antedichos lo demuestran con creces. Es un activo, que está formado por muchos componentes. El sol, la playa y las discos pueden ser uno de ellos. Pero nuestros bares, nuestros restauradores, nuestro vermú al mediodía, nuestras infraestructuras, nuestra sanidad, nuestra seguridad jurídica, nuestra tranquilidad, nuestra capacidad para formar fiestas, una en cada pueblo… hace que la gente venga, y repita y vuelva a repetir, y nunca sientan que no están debidamente atendidos. A la hora de planificar su descanso/diversión tienen todo el planeta para escoger, pero nos escogen a nosotros año tras año.

Algo debemos estar haciendo bien.

Me sumo a la propuesta de Loquillo y compañía.

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