LOS ODIOSOS ODIOS

Curiosamente, la palabra odioso no parece ser tan odiosa como la palabra odio. Y eso que “odioso”, según la RAE, significa “digno de odio”, y por tanto acreedor del mismo. Pero da la impresión de que decir “este pescado es odioso” no es tan radical como decir “odio este pescado”. Porque, en el primer caso, el pescado odioso lo es per se, es decir, como característica intrínseca. ES odioso. Punto. Y quien lo dice nada tiene que ver con el asunto. Pasaba por allí y se limita a constatar un hecho. Sin embargo, al decir “yo odio a ese pescado”, entonces sí que se participa directamente, porque es la opinión del afirmante la que cuenta en tal caso.

Cualquier cosa es susceptible de ser odiosa. El asesinato, la pederastia, el maltrato animal, la violencia de género, la xenofobia, la homofobia, los toros, el fútbol, los carnavales, los macarrones con tomate, las chaquetas de pana o una canción de Dyango. O de Alejandro Sanz, yo qué sé… Algunas de esas cosas son delito. Otras no. Sea como fuere, la condición de “odioso”, o de no serlo, parece depender en gran medida de la percepción de quien mire. En este asunto, la semántica es importante. Por ejemplo, si soy fan de un equipo de fútbol, a lo mejor el equipo rival es odioso para mí. Pero yo no lo odio, bueno fuera. Tan sólo le deseo que pierda. Eso… ¿es desearle mal? Hombre, bueno no es, si se trata de un deporte y el bien es ganar y el mal es perder. Y claro, el diccionario de la RAE define la palabra “odio” como “antipatía y aversión hacia algo o hacia alguien cuyo mal se desea”.

¿Cometo delito de odio si deseo que el equipo rival pierda?

No hombre, no. El delito de odio es otra cosa. El artículo 510 del Código Penal explicita como tal:

  1. a) Quienes públicamente fomenten, promuevan o inciten directa o indirectamente al odio, hostilidad, discriminación o violencia contra un grupo, una parte del mismo o contra una persona determinada por razón de su pertenencia a aquél, por motivos racistas, antisemitas u otros referentes a la ideología, religión o creencias, situación familiar, la pertenencia de sus miembros a una etnia, raza o nación, su origen nacional, su sexo, orientación o identidad sexual, por razones de género, enfermedad o discapacidad.

Luego sigue con los puntos b) y c), especificando el modo en que esto puede ser llevado a cabo, pero… claro, “quien promueva el odio”, como indica el apartado a) anterior… ¿Qué es el odio? ¿Volvemos al diccionario? ¿Desear mal es odio?

Tal vez.

Y tal vez por eso me llamó la atención este artículo de El País, en el que se explica cómo Facebook cae a plomo en bolsa por la pérdida de apoyos de grandes empresas por no posicionarse contra el delito de odio de forma abierta. Ya ocurrió con Twitter en su día, que se negó a meter censura en la red social y optó por permitir a todo el mundo que dijera lo que quisiera.

La línea que divide una cosa de la otra puede ser muy fina, en opinión de este opinante. Porque con frecuencia llevamos la semántica al extremo y no parece dolerle a nadie en prendas decir que alguna persona, partido político, mandatario o lo que sea es “odioso”, como si fuese algo no opinable. Y como si todo no fuese opinable, las grandes empresas quieren que las redes sociales censuren las publicaciones susceptibles de convertirse en delitos de odio. Pero, hasta donde yo sé, un delito no se ha cometido a menos que lo dicte un juez. O jueza.

¿Dónde dibujamos la línea que separa lo delictivo y de la libertad de opinión?

Yo no lo sé, pero me temo que sobre dicha línea, amigos, hace malabares nuestra convivencia.

Por tanto, convendría dibujarla bien clarita.

 

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