LOS TIEMPOS

Siempre se ha dicho que la política va por detrás de la sociedad, cuyo ritmo evoluciona en función de lo que ésta ha convertido en realidad mucho antes. Los actuales responsables políticos han cambiado esto, algo que vemos a diario. Se esfuerzan en ir por delante de la sociedad, emitiendo opiniones, o incluso publicando normativa inesperada, con escaso debate, dudosamente meditadas, a tenor de los vaivenes que sufren, y sin que muchas veces obedezca a una realidad o a una demanda social.

Esta vorágine informativa es de tal intensidad, que no es infrecuente que de vez en cuando alguien publique un video relativo a lo que algún responsable político de la actualidad pensaba hace unas semanas, unos meses, o tal vez incluso unos años. El publicante (este palabro no existe, me lo acabo de inventar, pero se entiende, ¿no?) suele hacerlo por aquello de desempolvar la hemeroteca, trayendo al presente frases y actitudes olvidadas, y más de una vez quedamos sorprendidos por los drásticos cambios que operan en las opiniones de algunos que en el pasado creíamos firmes, y sobre cuya base obtuvieron una buena parte de sus votos.

La verborrea dialéctica es un hecho, y tengo la impresión de que se hace de forma consciente. La noticia de hoy tapa la de ayer, luego da igual lo que digas, pues quedará tapada por la de mañana. Así, dicen lo que les parece y son aparentemente impunes, pues la gente, que es quien realmente hace el juicio público en una democracia, se ve desbordada. Al final hay tanta materia para la (des)información, que los dos eternos bandos de mi querida España, que diría Cecilia, esa roncha que no hay forma que se nos caiga, seleccionan la información de su bando y se la tiran al otro. Para ello agarran este o aquél disparate que este o aquél o aquélla responsable política ha perpetrado y lo avientan, junto con algunas cifras, más o menos manipuladas, que al final forman un embrollo donde no hay quien se aclare.

En una peli de esas de domingo por la tarde dijeron en cierta ocasión una frase que refleja bastante bien lo que estoy tratando de explicar:

–Yo quiero saber la verdad –dijo uno.

–¿La verdad? –contestó el interlocutor–. La verdad no existe. Existen los hechos.

Pues bien, a fin de que no conozcamos los hechos, muchos quieren instalar “su verdad” valiéndose de todo lo que tienen a mano. No importa que sean hechos contados a medias, sacados de contexto, con expresiones cursis hasta decir basta como “fulano destroza a mengano en el debate”, o “zasca de zutano a butano…”, y estupideces como esa. Lo del zasca es una cursilería con la que no puedo. Hay que ser pichirri para decir eso (pichirri tampoco está en el diccionario. Vaya día llevo…).

Mientras tanto, la impunidad campa a sus anchas, sabiendo que esta cascada informativa suele jugar a favor de quien tiene el poder, que por otra parte tiene siempre la última palabra en los debates porque el Reglamento del Congreso así lo estipula, lógicamente. Para eso gobiernan.

Pero hay una cosa con la que no están contando estos responsables políticos. Con los tiempos judiciales.

Hoy leí un artículo en un periódico en el que el periodista recogía una frase de un fiscal sin identificar: “Los nombramientos sectarios generan anticuerpos en la Administración de Justicia”. La frase es demoledora, pero no es lo único que genera anticuerpos en la Administración de Justicia. Si nuestro poder político está en la picota por la discutida capacidad de sus integrantes, muchos de ellos con el currículum impoluto (léase deshabitado), el poder judicial se encuentra en el lado opuesto. Es verdad que hay gente de todas las ideologías, naturalmente, pero les obliga la Ley, la Jurisprudencia, la Costumbre y los Principios Generales del Derecho, como me enseñaron en su día en la facultad. Y no se deben a nadie más que a dichas fuentes del Derecho, y a ellos mismos. Una sentencia revocada por una instancia superior es un descrédito para cualquier juez, y el prestigio personal de cada uno está en el modo en que la justicia es administrada.

Pues bien, este poder del Estado, el tercero en discordia y “enfant terrible” de la democracia, es contestatario. Y además tiene sus tiempos, que no son los mismos que los de la política, qué decir que del periodismo. Estos van a su bola. Son lentos, pesados, desesperantes a veces. Pero al final, inapelables.

Todo lo que se está haciendo, lo que se ha hecho y lo que se hará está bajo la permanente vigilancia del poder judicial. Y estos actúan cuando quieren, que normalmente es cuando pueden. Pero cuando lo hacen, no tienen que ver con nadie.

Con nadie.

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