MOTIVOS PERSONALES

La escandalera que proviene de unos cientos de metros más allá es sinónimo de libertad. De verano, de noches cortas, de días largos, de actividad sin descanso, de comidas fuera de horas, de relajación de obligaciones. Los gritos de los pibes que juegan al balón, al elástico, o a cualquier otra actividad ancestral, ocupan casi todo el espacio, y sus sonidos nos recuerdan que vienen detrás, empujando, reclamando un futuro que les pertenece, y para el que nosotros tenemos incontables obligaciones. Ya las tendrán ellos.

Alzo la mirada sobre la taza de café, cuyos vapores se mezclan con los del tabaco. Miro a través de ambos y observo unas curiosas flores rojas que parecen haberse posado delicadamente sobre los árboles que pueblan todo el espacio junto a mí. Mientras la canícula se da de codazos con los vientos alisios para ganar su hueco en Santa Cruz, fijo de nuevo mis auriculares inalámbricos a las orejas, y de inmediato vomitan la información que planea sobre la ciudad, sobre toda España, sobre el mundo, en forma de noticias que tratan de espantar el ánimo del más pintado y por encima de la algarabía que tiene lugar algo más allá.

La centenaria vegetación ignora los apuros del momento, dedicándose a su impagable actividad, consistente en dar sombra, reverdecer, refrescar y alegrar el tránsito del ciudadano común, demasiado atribulado con los afanes del día como para detenerse a observar lo que en silencio nos enriquece, nos invade y llena de sentido toda nuestra existencia.

Escucho en alguna cadena de radio a algunos que claman con sus llamamientos a la cordura, a otros exponer sus sesudas reflexiones denunciando lo que está mal, a algunos declamar que es su criterio el que da sentido a las cosas. No falta quieres alertan acerca de los inmediatos momentos duros que ya están ahí, que este será el último verano feliz.

En medio de semejante vorágine, algunos niños gritan “gol”. Qué sabrán ellos, parecen decirnos con su actitud. La historia es circular, como siempre ha sido.

No puedo evitar sonreír cuando comparo la libertad, expresada en forma de espacio para correr y gritar, con los lamentos de los que buscan un ápice de atención, una cuota de poder, una confirmación de su liderazgo, la convalidación de unas tesis a cualquier precio, para lo cual toman como rehén la tranquilidad de los que pagamos la fiesta.

Hasta los mismos cojones, agarro el teléfono móvil, que se encuentra conectado a mis auriculares mediante el bluetooth (¿a quién se le ocurrió llamar a una conexión inalámbrica “diente azul”?) y pincho música. A tomar por saco.

Y un tema comienza, provocando nuevamente mi sonrisa.

Mara Barros me cuenta que “cerró los ojos de un portazo”, “que cerró por precaución las ilusiones, vendidas como esclavas”. Que había cerrado “su corazón al desencanto, cerrado por traspaso”, de que “trató de no pensar en el presente, cerrado a cal y canto”.

Su dulce voz concluye que echó “al fuego los males”, que “pasó de funerales al pasado”, dejando el cartel colgado que indicaba “cerrado por motivos personales”.

Tan personales como los de los niños que, llenos de mierda y sudor, mientras discuten por una falta al parecer inexistente, revalidan nuestro pasado y envidan un futuro tan lleno de mediocridad que desatiende la grandeza de esas flores que, flotando, se posaron en los árboles para recordarnos que es perentorio “cerrar con siete llaves, cadenas y candados, los sueños caducados que tú sabes”.

El maestro Sabina nos recuerda que para no quedar caducados, amortizados, superados, hay que reconocer que los restos de nuestras naves, están calcinados.

Hay que crear nuevas naves.

Me convenzo de que, a tal fin, mirar cómo los pibes se llenan de mierda como si no hubiera mañana puede ser buen comienzo.

Porque el mañana reposa sobre el ánimo de vivir… como si no hubiera un mañana.

Buena semana, amigos.

 

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