NO ME HABLES DEL DESTINO

Bajo el sol que me apuñala
vivo sin patria ni dueño.
Como el aire lo regalan
y el alma nunca la empeño,
con las sobras de mis sueños
me sobra para comer…

(Cuando me hablan del destino. Joaquín Sabina)

Ruego a médicos, psicólogos y facultativos en general disculpen los posibles errores aquí contenidos por mi corto entendimiento. Pero en cierta ocasión, hace ya años, hablando con un prestigioso psiquiatra, le pregunté qué coño era eso del trastorno bipolar del que tanto se hablaba. Él me contestó que se corresponde con el trastorno maníaco depresivo de toda la vida, pero que se acuñó el término bipolar por ser menos agresivo, estigmatizador, tal vez menos lacerante, o quizá despiadado, como usted quiera verlo.

Lo cierto es que cuando alguien hace el pollaboba, es común que otro alguien diga “déjalo, que el pobre es bipolar”, ignorante de que el término en realidad corresponde a uno de los más severos entre los trastornos psicológicos. La condición de pollaboba es más común y, afortunadamente, menos atroz. Algo que normalmente tendría cura con una dosis masiva de educación, cultura y buenas influencias.

Modas aparte, el término bipolar da idea de la oscilación entre dos polos, ambos opuestos y, como se puede intuir, extremos. Blanco o negro. Sí o no. Bien o mal. Amigo o enemigo. Bueno o malo. Nada entre medio.

Sin embargo, la paleta de colores es notablemente más rica.

Dice una amiga mía que los hombres solo somos capaces de distinguir siete colores, y afirma que para nosotros el magenta o el malva son inasumibles. Qué decir del bermellón, del chinchilla o del cian. Y en mi caso, tiene más razón que una santa. El morado es morado. Y el rojo es rojo.

Pero bueno, capacidades aparte, que las hay y muy diversas, lo cierto es que, por muy obtuso que sea uno, todos somos conscientes de que hay cosas aparte del blanco y del negro, algo que no escapa al entendimiento del común de los lectores.

Sin embargo, la militancia en los más diversos asuntos es creciente, y parece que a los ciudadanos se nos impone escoger atuendo en tales materias como una necesidad perentoria. Si eres hispanista no puedes ser indigenista. Y al revés. Si eres un adalid del cambio climático no puedes ser de los que piensan que todo el cambio climático no depende únicamente de los tubos de escape, y viceversa. Si eres progresista has de cargar contra los conservadores, y al revés. Si te interesa el género líquido, o el no binario, no entiendes que a alguien no le interese el asunto. Si eres del Madrid, quieres que el Barça pierda contra el PSG en Champions. Si eres independentista, todo son metas volantes hasta el objetivo final.

Con frecuencia esto sucede cuando se nos incita a opinar. Igual que yo no puedo cantar, ni tocar ningún instrumento (soy un negado irredento), es posible que alguien no tenga nada que decir acerca de algo. Pero como nos incitan a opinar todo el día, vamos a la tienda de opiniones, donde estas se encuentran empaquetaditas y con un lacito de algún color, miramos, seleccionamos y la aventamos al viento como si fuera nuestra opinión.

Cuando uno elige opinión, en realidad se coloca un equipaje. Y todo el entorno pasa a reconocerse por los colores que viste. Por algún procedimiento inexplicable para quien escribe, los otros pierden su condición de ser humano, pasando a ser alguien que milita en un equipo al que se debe batir.

Un cubano me dijo en cierta ocasión que la transición española se llevó a cabo gracias a que se supo escoger a los más moderados de cada bando. Ellos fueron capaces de sentarse y hablar, poniendo sobre la mesa toda esa paleta de colores que muchos desconocemos, explicando sus nombres, sus características y lo bello de que existan para todos. Me dijo que en Cuba todo el mundo está en un extremo, motivo por el cual es difícil que se pueda llevar a cabo una transición a la democracia homologable a la española. Tal vez tenga razón.

Pero lo peor del asunto es la sensación de que esto que me explicaba mi amigo cubano hoy ocurre con prácticamente todas las facetas de la vida, en la que has de escoger equipo que, invariablemente, tiene un equipaje blanco o negro. Como mucho con pantalón blanco y camiseta negra o al revés. Pero en el proceso, nos perdemos toda la paleta de colores que una sociedad bipolar ignora, porque no le interesa. Tal vez sí le interesa a cada ciudadano de forma independiente pero, en conjunto, se tiende a la polarización más descarnada hasta el punto, como dije antes, de retirar de nuestros amigos, vecinos, familiares y demás, la condición de humanos libres y con derecho a tener opiniones.

Curiosamente te sientas con cualquiera, te tomas un vino y alegas un rato y te das cuenta de que todo el mundo tiene razones, motivos, elementos de juicio para defender casi cualquier cosa. Pero eso solo lo ves en la distancia corta. En la larga, prevalece el brochazo de trazo grueso.

El mundo se vuelve bipolar. Pero este ciudadano aspira a distinguir los colores, aprenderlos, entenderlos y ampliar su paleta en la medida de mi corta capacidad.

Como diría Sabina:

Con las sobras de los sueños

nos sobra para comer.

 

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